Longevos en la exescuela Central

Jorge L. Durán F.

Pocas veces al mirar una fotografía, uno se imagina que el personaje retratado hablara, viera; que hasta nos extendiera sus manos y esperara algo de nosotros, algo así como que les contáramos las huellas que en ellos dejó el inexorable tiempo.

Retratar, inmortalizar, a quienes sobrepasaron los 85, 90, 95, 100 o más años de edad, requiere de una altísima dosis de paciencia, en especial de amor, pero también de amplios conocimientos del arte fotográfico, en especial del manejo de la luz, del proyecto concebido para plasmarlo en fracciones de segundos.

Tales peculiaridades, y muchas otras que, de seguro, habrá, se encuentran en la muestra fotográfica presentada por Humberto Berrezueta Durán, denominada “Homenaje”.

Él, periodista, especializado en fotografía en la Escuela de Arte José Nogué, en España, sobre todo “andariego”, para “preservar del olvido” retrató a longevos de su natal Pucará, desde cuyos cerros como que el cielo está más cerca.

Hacía tres años, “andariegando” por el cantón Oña, pregunté a Humberto por qué no las expone. ¿Pero dónde?, respondió. Si no es aquí, en otro lado; pues no olvide: “Nadie es profeta en su tierra”.

Resultó halagador saber que las expondrá -fue en 2022- en la sala de Exposiciones del Colegio Oficial de Arquitectos de Jaén, promovido por la Asociación de Fotógrafos de esta ciudad española.

Tiempo después, la muestra recaló en Cuenca, auspiciada por la cooperativa de Ahorro y Crédito CREA. Ah, o sea ya en la tierra propia, si bien él no nació aquí, pero estudió aquí, vivió aquí.

Luego alzó el vuelo para exponerla en la Expo Feria Pucará-USA, en Estados Unidos, bajo el auspicio de los paisanos de Humberto que son parte del “sueño americano”.

Y otra vez está en Cuenca, en la antigua Escuela Central desde el 12 de enero de 2023.

Son fotografías, en primer plano y en tonalidades especiales, de ancianos, testigos del Pucará de las primeras décadas del siglo XX.

Los más han muerto. Pero Humberto perennizó sus manos encallecidas, sus polleras, sus ponchos, sus sombreros, sus sonrisas, sus canas, sus ojos en medio de un enjambre de arrugas, sus altares, sus cuartos empapelados con periódicos viejos, elaborando el tradicional “cuchichaqui”, moliendo ají en piedras cóncavas, y acompañadas de textos con olor a poesía por él escritos.

El tren loco de la vida diaria no debe ser óbice para no escaparse un momento e ir a ver y aprender de la muestra de altísima calidad, aun si el autor no pertenece a los “iluminados de siempre”, pero que brilla con luz propia. (O)