El tigre del verso

Jorge Dávila Vázquez// RINCÓN DE CULTURA

Siento a esta antología poética de Luis Corral Cordero como el libro de mi generación. Mucho de lo que percibimos algunos de nosotros, de lo que vivimos, soñamos, experimentamos y quisimos aparece -casi siempre veladamente- en estos poemas magníficos. En ellos, nos identificamos, verso a verso; no en todos, ciertamente, pero en muchos, sin lugar a la menor duda.

 Me decía una amiga que ha leído el libro con enorme pasión, que percibió en él la nostalgia, el dolor de lo perdido, el recuerdo de lo que fue. Y es verdad.

No es, únicamente, un hermoso conjunto de textos que a los setentones no nos puede dejar indiferentes. Talvez a los más jóvenes les interesará la forma, que es bastante cuidada, la música interna, la belleza indudable de las imágenes, la tersura de lo erótico, que se filtra con toda suavidad, sin llegar a excesos, pero a  nosotros los viejos, de la misma generación del autor, nos conmueve de otro modo, nos trae la memoria de los que se fueron, de aquellos a los que conocimos desde que teníamos quince años, como Ulises Estrella, Humberto Vinueza o Pepe Ron, que eran nuestros amigos, nuestros colegas y consejeros, algunos evocados, con toda la amistad y la calidez que caracteriza a toda la poesía de Luis Corral, en un poema ejemplar: A LOS TZÁNTZICOS: “Éramos cuatro y luego más. (…) En un extremo Echeverría, Tinajero en el otro/ Estrella y yo garabateando versos paradojales, parapléjicos (…) Muñoz se sumó y Murriagui/ se pasó también a la vereda por la que transitábamos (..)/ Éramos seis y luego más.// Arias en bicicleta y Larrea mordiéndose,/ surrealista Raúl (..)// Y Simón, mi hermano, con Leandro y Ulises/ nos bautizaron con nombre de salvajes/ que en misión a la ciudad llevaron el curare/ y los dardos embebidos en él, / y así envenenamos la costumbre/ de la sumisión, de las genuflexiones./ Éramos diez, y luego más…” Sí, se sumaron varios escritores muy importantes.

Es un texto que nos conmueve profundamente, porque experimentamos el dolor de la ausencia, tanto, como cuando convocamos la vida, el hacer, el decir, el vuelo de Simón, el hermano muerto (“El tiempo, su hermoso tiempo se terminó/ (…) se apagó el pletórico mundo…”), o de los pensadores y amigos que se fueron igual, porque el rasero de la muerte no respeta nada ni a nadie.

¡Hasta la próxima! (O)