La endemia de la corrupción

Hernán Abad Rodas

El Ecuador atraviesa por un período de preocupantes turbulencias económicas, políticas, sociales y sobre todo por el tsunami de la corrupción que pudiera tirar fuera de borda su frágil institucionalidad.

Cuando se rompe el control cruzado del poder entre el Legislativo, Judicial y el Ejecutivo, se pierde la vigilancia del manejo administrativo de un país, destruyendo la organización que permite el desarrollo y que brinda los elementos básicos de su crecimiento y bienestar.

Uno de los grandes males, destructor de las instituciones, así como de la política, es la corrupción. Se perfecciona aún en los países que tienen sólidas democracias, en donde es complicado corromper.

Considero que el mayor freno a la corrupción es la ÉTICA PÙBLICA, esa que da mala consciencia por realizar algo considerado inadmisible por la sociedad y las leyes. Situación que no se da en nuestro país, actualmente descompuesto por la corrupción y con una institucionalidad hecha a la medida del funesto capo Correa.

En un país en que las instituciones no logran consolidarse bien y sus políticos, en especial los populistas, pretenden refundarlas a cada rato, multiplicando leyes y reglamentos, entonces éstas, se vuelven frágiles porque crean desconfianza en la ciudadanía, que ya conoce los elocuentes y bonitos discursos. Lo que hace falta son hechos que demuestren coherencia con lo que se predica.

El freno a la corrupción se logra cuando organismos independientes del poder político, emprenden un combate sin misericordia a los corruptos.

Es penoso y vergonzante pensar que, durante más de una década estuvimos gobernados por una abundancia de sinvergüenzas, espiritualmente mínimos, que saquearon sin misericordia al Ecuador; seguidos y venerados por una gran cantidad de borregos insulsos y anodinos, distribuidos en todas las instancias del poder político y en las instituciones del Estado.

La corrupción en nuestro país ya no es un episodio aislado. Es un estado de ENDEMIA, una especie de aire contaminado y de enfermedad colectiva.

La impunidad permite que la corrupción continúe y se banalice. Siembra el nefasto germen del cinismo en la ciudadanía.

La corrupción prospera cuando hay tolerancia social, adoración al dinero, al éxito irracional, y un apetito desmedido de poder. Su origen está en la caducidad de los valores morales y en la ignorancia de la ética.

La triste realidad es que, hoy vivimos en un país arrasado por el saqueo económico y moral. (O)