Los exasambleístas

La decisión del presidente Guillermo Lasso al aplicar la muerte cruzada causó efervescencia nacional, hasta cierto punto como cuando la Tricolor se clasificó por primera vez al Mundial de Fútbol.

A veces no valen las comparaciones; pero, de alguna, forma grafican los hechos y nos ayudan a entender sus alcances o estrecheces.

Y sí, basta ver las reacciones expresadas en redes sociales, las declaraciones de innumerables personas en los medios de comunicación, los comentarios en las calles, como para apuntalar aquella analogía, si bien no por alegría, sino para desfogar rabias retenidas y hasta cierto tufo por el accionar de los asambleístas. No de todos por su puesto; pero caben suficiente en una mano.

La verdad sea dicha, pero la dignidad de ser legislador ha quedado por los suelos. Ningún epíteto les calza; peor a los partidos y movimientos bajo cuyos paraguas se cobijan y a cuyos dueños o gerentes incondicionalmente se deben.

La mayoría de los ahora exasambleístas demostraron una mediocridad sin igual, incapaces de siquiera articular bien una oración para expresarse; desconocedores de las leyes o intérpretes de ellas, no haciendo prevalecer el pensamiento sino su visceralidad; vejadores a los sectores más empobrecidos; ilusos, vendidos al mejor postor; en suma, innombrables.

Tampoco los legisladores de otras épocas fueron mejores; pero no llegaron a tocar fondo como para ser ojerizados, caricaturizados y “memetizados” con lo peor, señalados con el dedo, como ocurre ahora.

La Corte Constitucional, al negarles su pretensión de volver a la Asamblea, les dio la estocada final; igual a ciertos dirigentes pregoneros del desastre nacional, con estallidos incluido; ni se diga a algunos partidos políticos donde se fabrican ese tipo de representantes, indignos de ocupar una curul legislativa.

La Asamblea es el centro del debate político, pero con sapiencia, con honor, con ética; con valentía argumentativa, con civismo y conciencia. Ojalá algún día la tengamos.