Arte poética

Aníbal Fernando Bonilla

La poesía es conjuro de palabras mágicas sustraídas de la luz de días febriles y del ocaso de noches tristes. Desde el cofre que vierte evocaciones, los versos emergen de manera inefable para deleite y/o padecimiento del lector/a. Es el efecto de la lluvia repentina y la conjetura de lo indecible/inasible. Es lágrima que brota más allá de los confines imaginarios, y del sosiego de atardeceres verídicos. Es revoltijo que agita aguas corrientes. Es la vasta descripción de la vida y de la muerte.

La poesía es huella ignota que cabalga sigilosa en la historia. Es el recorrido iluminador de los astros. Es la línea incandescente que deviene en fuego, cuyo calor somete sin clemencia en la hendidura que fragmenta ilusiones. Es magma incontenible en el desconsuelo de los vencidos. Es el arrecife que atraviesa el caminante en la madrugada. Es el enigma que traen los amaneceres convulsionados ante lo desconocido. En su composición abarca la mirada contemplativa que otea en la planicie de la geografía inacabada. Ojos sigilosos que devoran al demiurgo. Ojos hambrientos de aire, de albor, de imagen.

Desde la pira de la ensoñación, la poesía -fantasma lúcido y lúdico- arremete de modo insolente en los vértices del quebranto y la esperanza. Es el meticuloso hurgar de los códigos que se aferran al reloj de arena. Es el tránsito sin final. Es la ruptura del silencio, tras su extendida prevalencia, desde los estertores de la oscuridad. Es anhelo de beso aturdido en el azaroso peregrinaje hacia el hallazgo sempiterno.

La poesía subyace en el laberinto de las impresiones como todo y como nada. Enunciado peculiar del poeta, tras su exploración particular. Un atisbo genuino entre el aliento y la angustia; dicotomía que fecunda en el poema su necesaria vitalidad exploradora. 

No obstante de lo dicho, cuesta reafirmar el sentido de la poesía, ya que ningún concepto será abarcador ante su verdadera esencia: enfrentar al arcano plasmado en la textura del mensaje escriturario. (O)