País de vencidos o convencidos

Hernán Abad Rodas

Considero al espíritu razonable como el ideal más alto de la cultura humana. Nadie puede ser perfecto, sólo se puede tender a constituir un ser agradable, razonable.

Las naciones razonables viven en paz, el espíritu razonable humaniza todo nuestro pensamiento, nos hace estar menos seguros de que siempre estamos en lo correcto, tiende a reordenar nuestras ideas, y a atenuar los ángulos de nuestra conducta.

Más de una década vivimos bajo la sombra de un populismo nefasto y corrupto, la violencia usurpó el lugar que le corresponde al debate político serio y razonable, la agresión verbal estuvo, y aún está, en contra de las ideas, las calumnias a la orden del día, han reemplazado al pensamiento racional. Situación extremadamente negativa que obliga urgentemente a una reflexión profunda, que induzca a una renovación interna en la forma de actuar y de pensar de los futuros gobernantes; y por qué no decir de cada uno de los habitantes de nuestro sufrido Ecuador.

Hay claramente una distinción entre pensamiento lógico y pensamiento razonable, que se puede expresar también como la diferencia entre el pensamiento académico y el humanista. Tenemos buena cantidad de pensamiento académico y técnico, pero hallamos muy pocas muestras de pensamiento humanista en el mundo moderno.

La crisis de valores éticos y morales en la que vivimos inmersos, hace sumamente deseable, una forma regenerada de pensar, necesitamos tener un pensamiento más humanizado que nos haga ver la vida firmemente, y verla toda, al margen de cualquier credo político o ideológico. Si no elevamos nuestro pensamiento a un plano superior al de nuestros intereses particulares o partidistas, es inevitable un gran revés para nuestro país.

En la esfera de la política cargada de fanatismo, hay algo terriblemente inhumano en la lógica de la mente de los seres humanos. El resultado es una confusión de valores, una rara mescolanza de la política con la antropología, del arte con la propaganda, del patriotismo con la ciencia, del gobierno con la religión y, sobre todo, un trastorno completo de la debida relación entre LOS DERECHOS DEL ESTADO Y LOS DEL INDIVIDUO.

Un gobernante, o los candidatos a ocupar un cargo político, pierden la dignidad si la venden con demagogia y mentiras, sino respetan la de los demás.  Considero que la pérdida de la dignidad como la del honor, es el precio de la cobardía moral y física.

La distancia entre imponer y dialogar, acatar y consentir, es la medida entre el autoritario y el demócrata, el esclavo y el hombre libre.

“UNA NACION DE OVEJAS ENGENDRA UN GOBIERNO DE LOBOS” (R.Murrow). Me pregunto: ¿Qué queremos ser? ¿Un país de vencidos o convencidos? Meditemos conscientemente nuestro voto. (O)