Victoriosos y exultantes

Juan Morales Ordóñez

Así reaccionaron quienes fueron los ganadores cuando se realizaron las últimas elecciones en la aún vigente Asamblea Nacional. Sin advertir en el camino que siguieron ni a quienes ofendieron en el trayecto. Sin reparar en la estrategia que concibieron y ejecutaron, en las mentiras que forjaron ni en los insultos que profirieron. Sin pensar en las burlas que dedicaron a los otros -en ese momento derrotados- y que les provocaron sonrisas, risas y carcajadas destempladas, que por supuesto, dibujaron en sus rostros descompuestos muecas indelebles, pese a los afeites y acicalamientos vanos y postizos, que nunca pueden ocultar al espíritu íntimo que, por el contrario, se refleja nítido en el gesto y en la mirada a veces torva o falsa y taimada.

Esto se repite siempre, en los vencedores y en los vencidos, en la humanidad toda, en mayor o menor grado. El nivel más evidente se encuentra en el mundo de la política, pero también esas formas precarias de ser y estar, se encuentran en nosotros, en toda parte y en todo lugar. Se repiten una y otra vez, muchas veces desembozadamente y, en otras tantas, de manera subrepticia y ladina porque nos cubrimos de máscaras que tampoco impiden que nuestras miserias sean evidentes, pese a las frases zalameras, las formas afectadas y los tonos melifluos.

El discurso moral, que también lo usamos a modo de imagen para que nos represente, plantea todo lo contrario. Habla de integridad, sobriedad, respeto, tolerancia, humildad y tantas otras categorías que, si no son comprendidas como objetivos propios y personales, son reducidas a simples auto descripciones superficiales, sin que les permitamos cumplir con su misión fundamental, que es la de inspirarnos e impulsarnos hacia una condición humana mejor, requisito básico para la supervivencia colectiva. (O)