La seguridad, un tema serio

Jorge L. Durán F.

Para cada campaña electoral hay una preocupación ciudadana sobre la cual definir estrategias que permitan llegar al poder.

Luego se ubicarían la falta de trabajo, la extrema pobreza, la desatención en salud, y un largo etcétera. 

Pero si no hay seguridad, no hay nada. Hasta el pobre que sale a vender mangos con sal la necesita, como la necesita quien entra a una tienda de abarrotes o a un banco.

En esta campaña, el tema de la inseguridad – este sí, tema, en un país donde hasta la falta de servilletas en la mesa es tema – será vital. 

Y por eso asoman los remedos de Rambo, de Chuck Norris y de una serie de personajes, como si acabar con la inseguridad fuera como matar pulgas: restregarlas entre el pulgar y el índice, luego colocarlas en la uña, aplastarla con  otra, y listo. 

Y eso sin contar con la proliferación de expertos en seguridad. Unos pocos sí los hay. Pero ahora hasta los políticos creen que lo son y harán propaganda. 

Así que todos los candidatos nos la prometerán, tanto que muy pronto estaremos más seguros que Marte en el espacio.

¡Qué populismo! 

Creen, además, que la inseguridad la trajo el señor Lasso; que con sus antecesores vivíamos una “calma chicha”. Si fue así, ¿los delincuentes tuvieron luz verde, en especial los narcotraficantes, para actuar como topos en sus huecos?

Es tener apenas un dedo y medio de frente como para no entender o ser (o hacerse) “Cojudos de Nacimiento”, de acuerdo a la clasificación hecha por Sofocleto, que la ola criminal que vive el Ecuador no es cualquier cosa; menos, palanca de la politiquería. 

¡No; qué va! 

Señores, se trata de un entramado delictivo internacional que ha declarado la guerra al Estado; que su problema no es tanto no tener dinero, sino no saber en qué invertirlo, y que para seguir teniéndolo ha permeado a la Justicia, a la política, a las mismas fuerzas del orden; financia campañas electorales, controla las cárceles, los espacios para el microtráfico; defiende a sangre y fuego sus rutas de exportación, sus bodegas, sus puertos; destruye radares, acude a prácticas terroristas, descuartiza a sus enemigos, lava el dinero donde menos se imagina; o en los lugares empobrecidos recluta a menores de edad para que sean parte de sus ejércitos de sicarios.

O ese otro ejército de “vacunadores” que mantiene en zozobra a más de medio Ecuador, actuando entre las sombras.  

¡Ah!; entonces, hablar de la inseguridad en busca de votos no es como para hacer que las cucarachas son inmortales.