Señora Ministra … ¿de educación?
Con su perdón, Ministra, escribo sobre algo suyo. Soy maestro por vocación, bachiller en Ciencias de la Educación desde 1956, título que me habilitaba entonces a enseñar, a educar. Desde ese año hasta el otoño que vivo, he tratado de ser maestro, profesor, docente, comunicador, como usted guste llamarlo. La docencia, la conducción de instituciones educativas, mis escritos en la prensa diaria y revistas, fueron y son ocasiones para motivar e incentivar encuentros frecuentes entre el pensamiento y la vida, el ser y el deber ser. Este introito lo juzgo útil para que las líneas que siguen consigan su propósito: saber si al ministerio de educación aún le interesa la formación de la niñez y juventud ecuatorianas.
En pocas palabras: la educación persigue el desarrollo integral de la niñez y juventud, enseñándoles cómo hacer que sus cuerpos evolucionen sanos y robustos mientras sus mentes se nutren de los conocimientos necesarios para situarse adecuadamente en su hábitat. La convivencia de niños primero y luego de adolescentes y jóvenes es la mejor escuela para formar a los futuros ciudadanos como seres responsables, conocedores de sus deberes y obligaciones y dueños de un desarrollo aceptable de su ser. Son años que marcan vidas. La vieja escuela siempre tuvo como meta el equipamiento intelectual y moral de la niñez y juventud. En eso trabajamos y, usted, debe ser también fruto de un proceso similar.
Si bien ya fue derogada la malhadada disposición, díganos quién fue el genio que denominó conflictos escolares y no faltas graves sujetas a sanciones, a groseras transgresiones a la honradez, al pudor, a la sensatez; faltas de carácter académico, de conducta y de convivencia. Eludir responsabilidades, camuflar transgresiones, distorsionar la realidad, hacerse de la vista gorda, etcétera, son acciones que, en lugar de formar a los educandos, distorsiona y envilece su formación.
Aspiración de un buen educador debe ser que sus alumnos distingan entre el bien y el mal y que, a través de su palabra y cercanía, ellos logren situar debidamente, en su mundo interior, aquello que es bueno y también lo que no es. A nuestros niños no se les abandona en sus cunas para que ellos aprenden a caminar y vean qué camino escogen. Luego de cuatro o más años de vida ellos cosechan el cariño y cuidado de sus progenitores. Amor y responsabilidad pertenecen a la mochila de un buen educador. (O)