
Parece que ya nada queda por hacer, es desolador plantearlo de esta manera, pero también es frustrante considerar que llevamos 25 años, sino más, intentando reducir las cifras de violencia de género sin éxito alguno. La primera Ley en el país frente a la violencia intrafamiliar se promulgó en 1998, como una iniciativa del movimiento de mujeres y una alianza con diputadas de diferentes partidos.
La ley que se ha modificado en varias ocasiones, dejó de ser un tema privado a ser un asunto público, se penalizó el femicidio, pasó a ser delito el acoso sexual. Pero un marco punitivo nunca es suficiente.
Alcanzamos una cifra cercana a los 300 femicidios este año; perdimos la cuenta de delitos sexuales, también la esperanza en el sistema de justicia. Será que erramos el camino, o que el sistema se traga a los grupos más vulnerables, ya saben, es más fácil someter a quien está más abajo que levantar la cabeza en contra del poder.
Los cambios socio culturales tardan décadas, algunos incluso se radicalizan, la esclavitud, por ejemplo, persiste. Y, aunque la desesperanza me invada, no dejo de pensar que otro mundo es posible; llegará el día en que no contemos los femicidios y que la justicia no sea una suerte.
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