Escribo desde los márgenes del 2023. Desde el borde cronológico. Al llamado último del cierre de edición. Con cierto atisbo melancólico. Sintiendo la hoja en blanco como vacío incontenible. Apresurado en mis aseveraciones, pero no por ello, menos sinceras o espontáneas. Dispuesto a cavilar sobre lo que fue, o sea, sobre lo que ya no será. Esto es, sobre aquel palpitante devenir del tiempo, en donde ponemos todas nuestras ilusiones que van menguando acorde nos encontramos de frente con la realidad grotesca, insensata, brutal. De cara al presente, sin vacilaciones -o con ellas y con el miedo de un infante triste- es que vamos entendiendo el significado de los actos, de los astros, de los sentires, de los decires. Con logros y derrotas transitamos los días y las noches. Con sol y niebla. Con monte y playa. Con los ojos abiertos a la plenitud del horizonte y la luna. Con los ojos cerrados para interiorizarnos en la ensoñación ingenua.
Con ese bagaje del pasado inmediato, reconocemos lo que pudo ser, lo que debió ser, lo que quisimos que fuera y al final no fue posible. Como una escalada de recuerdos se nos viene a la mente episodios que van fraguando el carácter y comportamiento personal. En nuestros corazones quedan los latidos que marcan la felicidad efímera. Fulgurante asociación entre lo perecedero y la sensación simbólica de la eternidad. Los rezagos de vidas intensas, y, desde luego, de vidas monótonas (la suma de las contradicciones). Alguien dirá, tan solo el repaso cotidiano de vidas, sin adjetivaciones de ninguna índole.
En este cauce retrospectivo se añoran las querencias y los afectos. Ahí están los ausentes. Los que ya no los volveremos a ver y palpar en carne y hueso. Con sus sonrisas, gestos y caricias. Lo que acaece en gemido y dolencia. Porque de dolor también está confeccionada la vida. Y eso es lo que nos mueve y conmueve en dirección futura (aunque, desde luego, incierta), ya que del desconsuelo se alcanza un matiz aleccionador para continuar con renovados bríos en esta aventura de la existencia humana.
Por lo pronto, este texto verá la luz en el primer día del 2024, y eso ya es un buen augurio ante el necesario ejercicio catártico que devuelve la fe para contemplar los colores del mañana. (O)