El ¡adiós! es una de las exclamaciones más profundas del sentimiento humano, porque dice relación a una despedida sin vuelta atrás, es decir, que ya nunca retornará. Esta palabra mayor se expresa en crisis existenciales como cuando a un ser amado se lo abandona en el cementerio; asimismo se prorrumpe cuando uno se aleja de la querencia o se deja a un amor o se separa de cualquiera otra circunstancia para siempre. Ocurre que los 31 de diciembre las lágrimas pueden más a las risas por los recuerdos de quienes se adelantaron a la eternidad o simplemente porque un año de nuestras vidas se acabó, lo que hace que hasta el más optimista se abata. Por eso que la despedida “adiós al Año Viejo” nos causa angustia, más cuando avizoramos un horizonte de posibilidades inciertas, así que ciertas a lo que dijimos ¡adiós!
Este año será de más incertidumbres que el precedente, perplejidades para lo cual debemos prepararnos y afrontar los riesgos, lo inesperado y lo incierto. Entonces, hay que recoger la sentencia del anciano E. Morin: “Es necesario aprender a navegar en un océano de incertidumbres a través de un archipiélago de certezas”. El año que ha iniciado nos mitigue la nostalgia del pasado con la esperanza de que los males del alma como el odio, la envidia y la venganza sean diezmados, que se hunda el despotismo y el goce erótico de mandar con intolerancia, así también el fanatismo de cualquier estofa, porque ninguno de ellos se compadece con un mundo civilizado. ¡Venga el 2024 con signos renovadores de cambio, de transformación, que comience por labrar la pirámide de valores!
Indubitablemente que para la familia y la sociedad es necesario retomar los valores humanos, sea desde una visión objetiva que mejore a la persona, es decir, el ser que añade algo nuevo al sujeto, descubriendo que hay una objetividad del valor y que se apoya en un ser. Pero también subjetivamente, teniendo una reacción no-indiferenciada de la persona ante una realidad, que nos descubre que no todo bien representa un valor para todos, como la belleza de una fotografía tomada por cualquiera que pasaría inadvertida por un filósofo ensimismado. De los valores vitales, humanos, morales y trascendentales que propuso M. Scheler, invoco para este nuevo año los valores morales: bienes que estamos obligados a poseer para ser más coherentes con nosotros mismos, con nuestra vocación personal y con nuestro actuar humano. (O)