Acuerdo cívico
Si la solución para combatir la corrupción fuera impartir clases de Cívica o entonar a diario el Himno Nacional, nuestras Fuerzas Armadas serían las más incorruptibles de Latinoamérica. Lamentablemente, no es así. Los valores son un conjunto de principios sobre los cuales se fundamentan las decisiones clave en la vida de cada individuo, principios que se forman en el hogar y se refuerzan en el entorno social en el que se desenvuelve la persona. Esto es lo que conocemos como cultura, de la cual el sistema educativo es solo un componente más.
Por esta razón, el anuncio de la obligatoriedad del minuto cívico, así como la reintroducción de clases de Cívica como un gran logro ministerial no generó la reacción esperada ni en la conversación digital ni en la sociedad en general. Era evidente que se percibía como una solución de menor importancia frente a otras problemáticas más urgentes, como la deserción escolar, la falta de equipamiento en mobiliario, la carencia de instalaciones adecuadas, o la constante necesidad de contratar más docentes.
El esfuerzo docente debería centrarse en recuperar a aquellos niños que, atrapados en bandas delincuenciales o inmersos en el mundo de la drogadicción, no logran encontrar el camino de regreso a la escuela. Si, ante este sombrío panorama, preferimos que los profesores, que ya tienen dificultades para hacer seguimiento a estos casos, se preocupen más por instalar una bandera y preparar a los estudiantes para cantar el himno, es evidente que no estamos siendo realistas.
Preferiría que el Ministerio de Educación se enfoque en lograr un acuerdo cívico para invertir en Departamentos de Convivencia Estudiantil (DECE) más robustos, capaces de realizar un seguimiento exhaustivo a las familias de las comunidades estudiantiles e identificar aquellas que requieren una mayor intervención. Así es como se rinde homenaje a la Patria, como dice el Himno, una y mil veces. (O)