Por favor, ¡váyanse todos!

Sí, ¡váyanse todos! Con un poco de grosería, ¡lárguense todos! ¡Pero ya!

Que se vacíen estos antros de poder, de anquilosamiento mental, de ser feudos de algunos vivarachos, esquizofrénicos y “comepatrias”, llamados partidos o movimientos, verdaderos nidos donde se incuba lo peor de lo peor que tiene postrada a la República.

Cojan sus harapos, asambleístas de poca monta, oportunistas y adoradores del becerro de oro, y vean dónde arrimarse, menos en estos linderos donde, aunque queda un mínimo de decencia.

Y tienen la desfachatez de querer ser reelegido aprovechando un pueblo desvalido, timorato, que todavía le cuesta ejercer un voto pensado, reflexionado. El chancho, ya arto, cuando menos tiene el instinto de gruñir viendo que le sobra la comida.

Qué hacen ¡por Dios! los de corbata, martillo y toga, en las Cortes de Justicia, convertidas en otros de los tantos basurales en esta casi nación.

Como hizo Cristo al entrar en la “casa de su padre”, llena de sepulcros blanqueados y mercaderes, deberíamos sacarlos con fuete. O es que no nos duele en lo más profundo escuchar que la Dama de la Justicia ha sido enlodada a cambio de dinero, entregada a las mafias políticas, hermanastras del narcotráfico; ultrajada a cambio de prebendas, de costear viajes al exterior, con hospedajes cinco estrellas; de traficar con cargos para amigotes y aventureros del Derecho.

Si alguien queda libre de pecado, también debería tener el amor propio de irse. De qué vale cultivar una flor en medio de excrementos.

Qué esperan, que no se van los de doble moral, de ser utilitarios para unos pocos vivarachos, que se parapetan en la Judicatura, ese mundillo de diablos, “saquimbaquis”, donde por años a reinado la esencia de la corrupción.

Y por qué no se largan esos otros amantes de la “tontoutilicracia”, metidos en ese otro antro del mal, el Consejo de Participación Ciudadana, transformado en fábrica de plastilinas, que luego toman forma de fiscales, de superintendentes, de contralores, de defensores de esto y de lo otro, de jueces electorales, de jueces constitucionales, de vocales de un tal “cne”, cuyas actuaciones, las de todos, tienen que estar a la altura de los liliputienses que reinan en este infierno con salida al mar y narcopuertos.

De nada sirven las excepciones, como de nada vale un cirio en medio de las llamas.

Es tal la podredumbre que abate a este país dirigido por bisoños, ansiado por delincuentes que lo saquearon, arrinconado por mafias de toda índole, mientras los buenos, que sí los hay, impertérritos miran el festín de los malos.

Sí.  ¡Váyanse todos! Sí a de ser posible comenzar desde cero. (O)

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