El fin de la doctrina en la era del relato
La muerte de la doctrina, en el Ecuador de hoy, es mucho más evidente. No se producen ideas y menos aún teorías sociales que describan la realidad con la intención de orientar el curso de la historia.
La literatura como referente: En el proceso de una nueva lectura de la novela Las tres ratas del autor guayaquileño Alfredo Pareja Diez-Canseco, llegué a una frase que motivó la redacción de este texto.
Quien la pronuncia es Eugenia, la segunda de las tres hermanas protagonistas de esta trama novelada, motejadas fatalmente con el lapidario insulto -las tres ratas- por un sector de la sociedad guayaquileña de ese entonces. Ella, en una de las tantas discusiones con su hermana mayor Carmelina, desde el dolor de su propia vida marcada por la ruptura con todo remilgo moral y atravesada por la angustia existencial, le espeta:
“Me das lástima. Se me antoja que los hombres de doctrina se han muerto y que vivimos en un gran cementerio. Los que quedan sirven para que se rían de ellos. Y es que no los dejan hacer nada y acaso tampoco harían gran cosa”.
Carmelina defendió siempre los valores de su padre, liberal y compañero de Alfaro. Eugenia, dejó de creer en las ideas y desde la pérdida de la fe en las palabras, se precipitó en la árida devastación de la lucha por la supervivencia, enfrentando circunstancias que dieron cuenta de sus sueños e ideales.
Siempre he pensado que dos de los aportes más importantes del Ecuador al mundo, son la literatura y la pintura. Los escritores, desde Espejo hasta los contemporáneos, nos representan con calidad reconocida. Desde la escuela quiteña hasta la pintura actual, la plástica local ha producido obras de una belleza y profundidad que conmueve la sensibilidad de todos.
En el mundo de las letras, en lo local, destacaron muchos. Menciono los nombres de Mary Corilé y Jara Idrovo, porque los conocí personalmente. En el escenario nacional están Icaza, Carrera Andrade y muchos otros.
Pareja Diez-Canseco, el autor de Las tres ratas, formó parte del Grupo de Guayaquil, creado en la década de los treinta del siglo anterior, junto a Aguilera Malta, Gallegos Lara y Gil Gilbert.
El escritor, en general, trasciende porque en el proceso de presentar ideas, emerge de su interioridad aquello que plasma en el texto y queda indeleblemente registrado como una parte suya. La denuncia social, la búsqueda de una identidad nacional, la introspección individual de cada personaje de los cuentos o novelas nacionales, la profundidad aguda de la poesía o la crítica de la realidad en los ensayos, han aportado significativamente para la descripción y comprensión de lo que somos como pueblo.
Por eso, cuando Eugenia, denuncia la ausencia de la doctrina, no hace sino expresar lo que muchos pensaron en ese tiempo, afirmación a la cual algunos, en la actualidad adherimos. Quizá, en la época de Las tres ratas (1944), la nostalgia por la doctrina, se puede explicar por la inexistencia de continuidad, relevo o rechazo doctrinario del pensamiento liberal que condicionó la historia del mundo occidental, cuyas fuentes fueron la Ilustración europea y la Revolución Francesa, que marcaron la opinión de muchos intelectuales de todos los países y, por supuesto, del Ecuador.
Las ideologías fueron productos culturales fuertes que influyeron de manera determinante en el curso de la historia. La doctrina liberal ecuatoriana que se producía en los tiempos anteriores a los de Las tres ratas, tuvo en Montalvo a uno de sus representantes más sobresalientes, justo antes de la Revolución Liberal, que es el acontecimiento político de mayor impacto en la historia del Ecuador; y, posteriormente a Peralta, cuya producción teórica fue amplia y significativa.
La muerte de la doctrina, en el Ecuador de hoy, es mucho más evidente. No se producen ideas y menos aún teorías sociales que describan la realidad con la intención de orientar el curso de la historia. Se asume el relato que proviene de la liviandad conceptual de la política, carente de análisis, validador ingenuo de enfoques globales que posicionan y defienden unas propuestas u otras, en muchos casos incorporadas a la obligatoriedad forzosa de normas jurídicas sin que exista el respaldo de teoría alguna.
Algunas ideas sobre la doctrina y el relato
La doctrina es el conjunto de principios, ideas y argumentos que fundamentan y justifican la forma de pensar y actuar de movimientos o agrupaciones. Es un producto intelectual que sirve de sostén a las diversas posiciones conceptuales de personas u organizaciones. Encontramos a la palabra doctrina junto a categorías como la económica, política, religiosa, militar, filosófica o jurídica, con el fin de dar cuenta de su forma de pensar y actuar. La doctrina jurídica, a modo de ejemplo, es el conjunto de propuestas teóricas respecto a cualquiera de los elementos del derecho, que puede ser el propio contenido de una ley o la dogmática asumida en una u otra categoría legal.
En la estructura de la doctrina se encuentran conocimientos, razonamientos que explican cómo son las cosas y propuestas que prescriben cómo deberían ser. La doctrina, además de justificar teóricamente la pertinencia de ciertas formas de pensar, propone acciones que deben tomarse para que sus ideas sean llevadas a la práctica.
Para considerar a un conjunto de pensamientos como doctrina, se requiere de los aportes de muchos elementos. Hay doctrinas políticas como el comunismo que convocaron a poderosas mentes que, estudiando economía, historia, filosofía, sociología y otras ramas del conocimiento, llegaron a ciertas conclusiones que las plantearon como verdades absolutas. Sucede lo mismo con la doctrina capitalista, claro está, desde un punto de vista y con objetivos totalmente distintos. La doctrina social de la iglesia es rica en elementos estructurales desarrollados a lo largo de la historia y su propuesta también pretende incidir y, de ser el caso, determinar la forma de las relaciones sociales.
Pese a los sesgos de sectarismo, la doctrina como producto del estudio y compromiso con la historia y con el porvenir, ha aportado mucho para el desarrollo civilizatorio. Si no contamos con ella, ese espacio es llenado por la realidad material y las fuerzas sociales dominantes, que para mantenerse en esa condición reniegan y denuestan de las ideas y las vilipendian. Por eso, la doctrina es indispensable como forma de incidencia en lo social y en la construcción de las utopías.
Eugenia tenía razón, allá por los años cuarenta del siglo anterior. Hoy, esa situación es mucho más evidente. No tenemos Montalvos, Peraltas ni tampoco doctrina que proponga algo desde cualquier posición ideológica. Por el contrario, tenemos redes sociales e inteligencia artificial. Las opiniones sustentadas aburren y no le interesan a nadie. Es el tiempo de los influenciadores. A quienes se les da la categoría de pensadores, están en Hollywood y en la farándula global. La opinión de Brad Pitt o Lady Gaga respecto a cualquier tema, expresada en un tuit, tiene mucho más peso que la de Eco, Heidegger o Habermas… ¿quiénes son esos?
El relato, en cambio, es amo y señor. En política se utiliza el término relato o narrativa para afirmar que el modo en el que se cuentan las historias da forma a los hechos e incide en el entendimiento de la realidad, sin que importen las ideas o teorías que la describan. Los intereses de poder y los otros, se valen de ficciones, falacias y pseudo verdades para controlar el pensamiento y los criterios de la gente. La narrativa se impone a la verdad y la gente asume que esta última se encuentra en la primera.
El relato no requiere de hipótesis bien formuladas, argumentos sólidos, así como tampoco de verificación de referentes y comprobación de la veracidad de sus afirmaciones. Necesita llegar a la gente con un discurso seductor que apela a elementos impactantes y lo hace a través de redes sociales y medios informáticos como TikTok, Facebook, Instagram, X y otras, que no aceptan si no algunos cientos de caracteres por mensajes. Los clásicos tratados, enciclopedias, libros de historia, filosofía, economía, literatura y otros, no son necesarios.
La doctrina ha muerto en la era del relato.