Mariana, auxiliar de enfermería, decidió emprender camino a la “tierra prometida” junto con su buena amiga y vecina Lupita. Salieron “vía Colombia” con un grupo de migrantes de varias ciudades del país. Atravesaron la peligrosa selva del Darién “gracias a Dios con bien”. Se reportaban con sus familiares con frecuencia, conforme el viaje avanzaba. Todo parecía transcurrir con “normalidad” y hasta podríamos decir que estaban disfrutando el poder conocer nuevas tierras, con sus sabores y su gente; la última vez que hablaron con ellas, fue desde una taquería de Tamaulipas, en esta ciudad fronteriza debían esperar dos días hasta que “las pasen”, pero no llegaron y aunque sus familiares se contactaron de inmediato con organismos mexicanos y estadounidenses que brindan apoyo a las personas migrantes, no había rastro alguno de ellas, parecía que la tierra las hubiese tragado. Sin perder la esperanza, aunque con la angustia y el miedo de recibir noticias terribles cualquier momento, cuatro meses después recibieron una llamada avisándoles que ¡Lupita y Mariana estaban vivas! y que regresaban en el primer grupo de deportados desde EE.UU. –hay más de mil ecuatorianos deportados entre enero y febrero en vuelos regulares–… “¡Qué importa nada, ni la deuda, ni nada! ¡Ya veremos cómo hacemos! ¡Están vivas!” (O)
Lcda. Ana Abad
Periodista, editora y correctora de estilo; es parte del grupo editorial Quillca editores. Ha publicado investigaciones sobre cultura popular y artesanías. Es directora de contenidos del Portal Digital Voces Azuayas.
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