Mirar el cielo para gobernar la tierra, desde la antigüedad las culturas del mundo han aprendido sobre las estaciones en el planeta en función de sus ciclos en el cosmos, los movimientos de rotación y traslación son el motor generador, más allá del continuo día-noche, de las estaciones y, estas, vinculadas con solsticios y equinoccios, de los momentos de siembra y cosecha.
Mirar el cielo, conocer y entender los ciclos astrales permitió a los pueblos ancestrales dominar la agricultura y consolidar comunidades que, poco a poco, devinieron en civilizaciones que construyeron sus propias matrices de interpretación del cosmos y la vida.
En esta línea de lectura del tiempo y la historia de las culturas; el carnaval se explica desde una relación, a mi entender, espectacular; la circunferencia se mide en grados y se compone de 360; luego la vuelta de la tierra al sol debía cumplirse en 360 grados (es decir días); pero eso no ocurría, siempre eran 365 (y pesetas), por tanto, cada año daba cuenta de 5 días que escapaban al orden natural del cosmos.
Esos días, ajenos al orden natural del cosmos, precedentes del inicio de año (en este punto recuerde, querido lector, que muchos pueblos festejaban el inicio de año en las vísperas del equinoccio de marzo) fueron declarados los días del caos, días dedicados al culto del exceso, la carne y el placer; a esos días se les llamo el carnaval, reservando el quinto como el día de penitente regreso al orden universal.
Polvo eres… el quinto día, el miércoles de ceniza, nos recuerda la efímera naturaleza de la carne que acoge nuestra trascendente naturaleza divina; nos convoca a la cuaresma como espacio de preparación hacia la pascua, la fiesta del paso, el paso de la esclavitud de la materia a la libertad del alma. (O)