La celebración de la navidad en el mundo cristiano, generalmente, es la ocasión para hacer un paréntesis en las actividades y enfrentamientos políticos; hasta el punto incluso de que adversarios, aunque más por diplomacia que por un sentimiento sincero, suelen expresarse entre ellos saludos y buenos deseos.
También, por esta ocasión, queremos hacer un paréntesis en el análisis de temas de la coyuntura política y reflexionar como la navidad, que debiera ser una celebración esencialmente espiritual, se ha transformado en todo lo contrario por la influencia del tipo de sociedad mercantil-capitalista que hoy predomina en el mundo.
Se trata de un tipo de sociedad cuya estructura económica tiene como características, entre otras, la búsqueda del lucro personal, la acumulación de capital y la conversión de todo bien o servicio que se produce en una mercancía, es decir, en algo que se compra y se vende en el mercado; lo que conlleva, por ende, que todo ámbito de la vida social se mercantilice o comercialice.
Este es el caso de la navidad, transformada precisamente por la lógica económica de dicho tipo de sociedad en la fiesta más comercial o mercantilista del año; amén de haber sido convertida, por su lógica ideológica, en la fiesta más consumista. Es que, para los intereses económicos que prevalecen en la sociedad actual, no interesa tanto que seamos buenos seres humanos, sino buenos compradores y consumidores.
SI el mensaje central de quien nació hace un poco más de dos mil años fue el “amor al prójimo”, una celebración cristiana de su nacimiento debería estar precisamente repleta de la práctica de ese amor, de la solidaridad y el compartir; sin embargo, a más del mercantilismo y el consumismo, son también el individualismo y la competencia los valores que generalmente se exacerban en esta fecha.
Habría, pues, una contradicción entre una navidad cristiana o auténtica, que es la que casi no se da, y una navidad mercantilista, que es la que inevitablemente se ha ido imponiendo en la conciencia y en la práctica de la mayoría de personas, y esto a pesar de la supervivencia de ciertos ritos y tradiciones religiosas; tradiciones que, en el caso de Cuenca, por ejemplo, se suelen expresar en los denominados pases del niño. (O)