La inteligencia es el resultado de una abstracción realizada a partir de la conducta; no es algo que tiene una persona, sino la descripción de su comportamiento en función de criterios fijados previamente, por ello, quizá sea más apropiado sustituir al sustantivo “inteligencia” por el adjetivo “inteligente” o el adverbio “inteligentemente”. De este sustrato viene el pensamiento, función psíquica superior, a la par difícil definirla en pocas palabras y más bien ofrecer una enumeración de actividades mentales que se llevan a cabo con esta capacidad: elaborar ideas, reflexionar sobre ellas, resolver problemas, razonar, prever, planificar, crear, aprender…
Fue preocupación de los psicólogos medir la inteligencia, para lo cual elaboraron diferentes test que permita elaborar cuantitativamente las diversas aptitudes que posee el sujeto. El primero en elaborar e interpretar un test de inteligencia fue Alfred Binet, cuya fórmula de medir el Coeficiente Intelectual (CI) es dividiendo la edad mental para la edad cronológica y multiplicando por 100. Se considera como normal un puntaje de 100, con una desviación típica de 15 puntos, es decir, el estándar fluctuaría entre 85 y 115.
Sobre este patrón del CI se ha venido especulando qué pasa en el mundo de ayer y de hoy. Uno de ellos fue James R. Flynn, neozelandés, quien aseveró que el CI se había incrementado de forma sorprendente a lo largo del s. XX y que la tendencia era a seguir subiendo, quizá con la misma intención del tirano Nimrod, quien quiso construir una inmensa torre en la ciudad de Babel hasta alcanzar el cielo. Si la torre se derrumbó, el fenómeno Flynn sigue el mismo destino.
Christopher Clavé, francés como Binet, explica que desde la posguerra hasta la década de los 90 estuvo en ascenso el CI, pero en los 20 últimos años viene disminuyendo por diferentes causas como el empobrecimiento del lenguaje, que se comprueba con la disminución del conocimiento léxico y el empobrecimiento de la lengua, trayendo consigo la mengua del lenguaje utilizado y las sutilezas lingüísticas, fácilmente comprobable en las redes sociales.
Lo que llama la atención es la imputación de Clavé a la de depauperación del lenguaje, que da para el siguiente razonamiento deductivo: cuanto más pobre es el lenguaje, más pobre el pensamiento. De ahí el llamado a padres y maestros para que inculquen y enseñen a los hijos y alumnos el idioma en sus formas más diversas, y qué mejor a través de la lectura. (O)