“Soñaron y lucharon cuando una absurda discriminación sexual trataba de impedir que ellas participaran en la vida política, cultural y social del mundo del que formaban parte y al cual pertenecía….” cerca de ochenta años han transcurrido desde cuando se pronunciaron estas palabras; le pertenecen a Nela Martinez, la primera mujer en ocupar un lugar en el parlamento de la Asamble Nacional del Ecuador. Su ejemplo no pudo ser rápidamente imitado, no por falta de interés, sino porque el contexto masculinizado de la clase política ecuatoriana no permiten comprender que para que puedan participar las mujeres en condiciones equitativas se requiere proteger los logros sobre acciones afirmativas que promuevan y protejan sus derechos.
En el Ecuador, la historia política más reciente registra un recorrido sobre iniciativas legales que han fomentado mayor participación política a las mujeres. A partir de la primera ley de cuotas publicada en 1997, la participación de mujeres en la Asamblea Nacional, por ejemplo, ha incrementado de un 6% a un 38%. Quiere decir que las leyes favorecen un contexto más equitativo y obliga a los partidos y movimientos a generar las condiciones y la voluntad política para una mayor exposición y participación. Sin embargo, sorpresivamente, estos notorios avances, que esperaban una participación en listas del 50% y binomios presidenciales conformados con paridad de género, se vieron truncados por la decisión de los varones, delegados de los partidos políticos, ante la reunión convocada por el Consejo Nacional Electoral. La justificación dejó entender que con conservar el 30% de participación en esta elección extraordinaria ya se estaba haciendo un reconocimiento a las mujeres. Con esa decisión, ratificada por la mismísima Diana Atamaint, no solo que retrasaron todavía más la innecesaria espera de las mujeres por el espacio paritario en política, sino que se dieron el lujo de interpretar la ley bajo el pretexto que no había mujeres en sus filas.
Sin embargo, una vez que comienzan a aparecer los nombres de las precandidaturas, descubrimos una realidad. Los partidos no solo que no tenían mujeres, ¡tampoco tenían hombres! Estamos con partidos sin militantes y seudo líderes políticos buscando vehículos electorales. Con esto se comprueba que no se trataba de no poder cumplir con una cuota exigida por la ley sino que simplemente no había voluntad política. Han quedado vergonzozamente retratados, a vista de una sociedad que, como Matilde Hidalgo y Nela Martinez, no quedará silenciosa ante este nuevo impedimento en derechos. (O)