En el andamiaje histórico de las corrientes literarias y artísticas es harto complejo establecer un solo molde temporal exacto como camisa de fuerza, sino una suma evolutiva, yuxtapuesta y hasta combinada de cada una de ellas, en lo que podríamos graficar como transiciones/continuidades a lo largo y ancho del pensamiento y creación del ser. Entonces, no se puede citar al romanticismo, sin asimilar que previamente descolló la Ilustración, atravesado con antelación de lo renacentista, barroco y neoclásico.
El romanticismo (concebido en Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, entre los siglos XVIII y XIX) trascendió porque fue más allá de estas tendencias como un intento de ruptura -tal como advierten algunos estudiosos-, cuya categoría de movimiento cultural tiende a la acción emancipadora, a partir de las ideas sostenidas por el hombre inquieto en constante exploración, brotando en la poesía una retórica desbordada de subjetividad humana. En sí, posee una dinámica singular, entendiéndose como un movimiento que superó el visor de la preocupación intelectual, asumiendo el anhelo redentor desde la palabra y también desde la praxis. En sus entrañas está el ansia por crear un mundo nuevo. Expresión que interioriza en las emociones, pasiones y entusiasmos febriles, muy ajeno al racionalismo o al positivismo, y que supondrá la antesala de lo que luego se conocerá como modernidad, abanderada por la burguesía.
El romanticismo tuvo suma valía en el sentir latinoamericano (exaltando el paisaje y el verdor exuberante de la naturaleza), ante la posibilidad liberadora de cada territorio nacional en fase germinal y frente a su propia construcción identitaria. Sin duda, influyó en los próceres quienes hicieron temblar el XIX en la América nuestra: José Martí, José María Heredia, Simón Bolívar, Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, José Joaquín Olmedo (con su imponente “Canto a Junín”, dedicado a Bolívar), entre otros.
La circunstancia derivada de la diáspora nutrió la sensibilidad literaria en intelectuales como Heredia en su encuentro y disputa con la cubanía en ciernes. Bello, en su estancia londinense, recogió la visión del imperio conquistador, que luego expresara ya de vuelta a América en su etapa chilena. Esto fue como una constante travesía en algunos ilustres románticos (caso palpable el de Bolívar); la toma de conciencia tras su experiencia e influencia europea -que incluye lecturas y el bagaje del conocimiento obtenido- reflejada en su matiz ideológico, y, por supuesto, en su producción ya sea ensayística y/o poética. (O)