El 19 de agosto de 2003, un atentado sacudió al mundo. Una bomba en el hotel Canal, en Bagdad (Irak) cobró la vida de 22 funcionarios humanitarios. Cinco años más tarde, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó al 19 de agosto como el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria.
En este 2023, este día no solo conmemora el vigésimo aniversario del atentado, sino que reconoce al personal humanitario alrededor del mundo por su fuerte compromiso de seguir trabajando con las comunidades, sin importar quiénes sean, de donde vengan ni en dónde se encuentren. A pesar de los riesgos y las adversidades, las y los trabajadores humanitarios -muchos de ellos ecuatorianos y ecuatorianas- continúan adentrándose en regiones afectadas por guerras, desastres naturales, desplazamientos forzados…siempre en la primera línea de atención.
ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, en Ecuador y en el mundo cuenta con este personal nacional comprometido, atendiendo emergencias de desplazamiento forzado, en lugares con contextos difíciles como Lago Agrio, en la frontera norte con Colombia, o en lugares tan lejanos como Sudán del Sur. A propósito del Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, ACNUR trae a todos y todas las experiencias de dos mujeres ecuatorianas que, sin importar la distancia, el contexto y los riesgos, día a día trabajan para responder a las necesidades de las personas refugiadas y sus comunidades de acogida.
Margarita, entrega y compromiso desde Sudán del Sur
Desde hace más de 6 años que Margarita A. empezó a trabajar en ACNUR en Ecuador. Con el paso del tiempo y la acumulación de experiencia, se convirtió en la Asociada de Programas de Transferencias Monetarias de la oficina nacional de ACNUR en Quito. Su talento, entrega y dedicación por solventar las necesidades de las personas forzadas a huir le permitieron viajar a Juba, Sudán del Sur (África), para apoyar la emergencia producto del desplazamiento que se ha dado a ese país debido al reciente conflicto en el vecino Sudán.
El trabajo de Margarita no es sencillo. A diario atiende decenas de personas para analizar su vulnerabilidad y canalizar asistencia en efectivo y que puedan cubrir sus necesidades básicas como vivienda, alimentación, vestimenta, medicinas, artículos de higiene, entre otros. “Las transferencias monetarias son la forma más digna de brindar asistencia”, dice. “Reconoce la capacidad de las personas de priorizar sus propias necesidades”.
Pero dejar a los seres queridos y amigos atrás y viajar a un país con un idioma y una cultura tan diferente a la de Ecuador no es tarea fácil. Los trabajadores humanitarios, por la naturaleza de su labor, están expuestos a distintos contextos. En el caso de Margarita, apoyar a la emergencia humanitaria producto de un conflicto, hace que su trabajo sea aún más difícil. Pero esto no la ha detenido. “A pesar de que no es un entorno totalmente seguro, el trabajar con personas refugiadas y sus comunidades de acogida en entornos tan difíciles vale la pena cada minuto”, asegura. “Aquí puedes palpar claramente cómo el trabajo tiene un impacto inmediato en las familias refugiadas”.
Para ella, lo que más disfruta de este trabajo es que su profesión se ha unido con su vocación, lo que le permite trabajar para y por las personas. “Me gusta porque cada día aprendo algo nuevo de las personas refugiadas, ya sea en Ecuador, en Sudán del Sur o en cualquier parte del mundo. Me enseñan a ver las cosas positivas en medio de situaciones difíciles, a no perder la esperanza. Admiro la fuerza y resiliencia que muestran en estas situaciones difíciles”.
Natasha promueve los derechos desde la frontera norte de Ecuador
Natasha M. tiene más de 15 años trabajando por los derechos de niños y niñas, y de grupos en situación de vulnerabilidad. A lo largo de su vida, ha trabajado con diversas organizaciones, así como para el sector público y la academia. “Soy una defensora convencida de los derechos de las mujeres y de las diversidades. Colaboré por muchos años con varias organizaciones feministas”, dice con determinación.
Su incansable lucha por los derechos de las personas, sobre todo de quienes tienen algún tipo de vulnerabilidad, la llevó a trabajar en la Amazonía ecuatoriana, como jefa de la oficina de ACNUR en Lago Agrio, en la frontera con Colombia. A pesar de sus años de experiencia en el mundo humanitario, para esta ecuatoriana no fue sencillo trabajar en una zona afectada por la violencia y que, día a día, recibe a decenas de personas colombianas a quienes el conflicto armado en el vecino país las obliga a huir a Ecuador con la esperanza de encontrar un lugar en donde reconstruir sus vidas.
“Lo que más me ha impactado es la crudeza de las historias de las personas que buscan asilo y protección”, asegura. “Trabajar en frontera me ha obligado a salir de mi zona de confort y ver de frente a las historias que, a veces, no entran ni en la imaginación”. A pesar del dolor profundo que causa conocer estos testimonios, Natasha asegura que la valentía de estas personas le da también esperanza y fortaleza, que es lo que la mueve y motiva todos los días.
Su causa feminista se lleva muy bien con su trabajo en ACNUR. “Aquí encontré un espacio donde la igualdad de género es una vivencia y, aunque aún hay retos, me he sentido en igualdad con mis compañeros”, cuenta.
Pero una de las cosas más complicadas a las que Natasha se enfrenta día a día es a estar lejos de su familia y al contexto complicado de la zona en la que trabaja. Pero esto no la ha detenido. Al contrario, la motiva. “Está la alegría de conectar con otras mujeres”, dice. “Es el único consejo que me siento capaz de dar a mujeres que quieren ser trabajadoras humanitarias: conectar, ser parte de, y confiar en que somos muchas y somos fuertes”.