En el año 2000 terminé mis estudios secundarios en el colegio Herlinda Toral; graduarse allí era todo un privilegio. Los colegios y escuelas públicas tenían un reconocimiento ganado a pulso, tanto así que no fue fácil ganarse un cupo. La odisea empezaba con la exigencia de buenas calificaciones, excelente disciplina y luego, una que otra prueba que la institución educativa la manejaba de manera interna. Las bases del colegio eran buenas para enfrentarse a la vida universitaria a excepción de las materias de inglés y computación.
No todos los que ahora somos padres poseemos una estabilidad económica con sueldos de asambleístas como para poder escoger una vida mucho más prometedora para nuestra descendencia. Sin embargo, hacemos nuestro mayor sacrificio para que nuestros retoños accedan a una educación privada por estas razones: inestabilidad política del país, latente inseguridad y microtráfico, un sistema educativo público con alta rigurosidad en su parte administrativa que ha limitado al docente a hacer lo que sabe, educar. Cambio constante de los docentes en pleno año lectivo, por la irónica forma de hacer cumplir la carga horaria con profesionales que no tienen la pedagogía o la formación del área.
Ecuador no aparece en los estándares internacionales de calificación porque su nivel educativo es muy bajo. Uruguay y Chile son los países que sacan la cara por Latinoamérica. Tras la pandemia hay mucho trabajo por hacer en el sistema educativo y eso es una exigencia abierta a los candidatos presidenciales. Esperemos que quien nos gobierne en los próximos días realmente esté pensando en políticas que fortalezcan el sistema educativo, un pueblo no puede avanzar sin una educación de calidad altamente reflexiva que potencialice el arte y la cultura. (O)