La ley de Hick plantea que el tiempo que hay que invertir para tomar una decisión aumenta con el número de opciones y la complejidad disponibles. Desde qué ropa usar hasta qué comida preparar, pasando por qué libro leer o qué serie explorar, cada día nos enfrentamos a una multitud de elecciones abrumadora.
Al respecto Barry Schwartz, autor de The Paradox of Choice (2005), señala que el exceso de opciones nos puede llevar a la parálisis por análisis, un fenómeno donde tantas alternativas generan ansiedad e indecisión. Así, demasiadas elecciones no solo nos hacen sentir sobrepasados, sino que también disminuyen nuestra satisfacción con la decisión final. Supongo que eso será lo que ocurre cuando al elegir el plato de un largo menú terminamos antojados de lo pedido en la mesa vecina, aunque más que la Ley de Hick, eso bien puede ser producto de la cochina envidia.
Acciones aparentemente simples como elegir una película en una plataforma de streaming pueden consumir más tiempo en la exploración de opciones que disfrutando del contenido. Y en lugar de sentirnos contentos por la variedad, terminamos insatisfechos o, peor aún, sin elegir nada. La Ley de Hick explica que este fenómeno no es accidental; cuantas más alternativas hay, más difícil se vuelve tomar una decisión.
Tal parece que el viejo dicho de que “en la variedad está el gusto” se puede convertir más bien en un disgusto cuando nos cuesta decidir. Hay quienes dicen que simplificar nuestras opciones mejora nuestro bienestar, tal vez es momento de hacer caso a Marie Kondo y reducir nuestras pertenencias para quedarnos con aquellas que verdaderamente nos «hacen felices», lo que en cierta medida nos ayudaría a tomar algunas decisiones, como quien dice: menos bulto, más claridad. (O)
@ceciliaugalde