Tardamos en comprender lo que significa ser hija, madre y abuela. Pareciera que nos encanta complicarnos la existencia, olvidando que la vida y la experiencia son nuestras únicas formas de aprendizaje. Al convertimos en madres somos capaces de dejar de vivir para sí mismas para cobijar lo que floreció en el vientre. Luego de nueve meses, esa criatura se convierte en un todo y quizá, ese amor incondicional arroja un poder sobrenatural de difícil entendimiento para la inteligencia del ser humano.
Cuando nuestros hijos son bebés ser madres resulta fácil, pero cuando crecen, el lidiar con sus gustos, frustraciones y su edad de cebra, resulta complicado. Nadie dice lo contrario, pero es nuestro deber guiarlos con amor, sabiduría y madurez, no podemos caer en el círculo vicioso de la falta de respeto y pelas desgastantes.
Entonces, nadie tiene una receta mágica para saber cómo ser una “buena mala madre”, solo hay que entender que cada madre e hija tienen su propio proceso, que no valida tiempos, experiencias y consejos. El diálogo basado en el respeto, madurez y una dulzura para corregir serán parte de los tips para relaciones saludables entre madres e hijas. No siempre las madres tenemos la razón por el simple hecho de que el aprendizaje ahora es horizontal; ya pasó el tiempo de la verticalidad.
Convencida estoy que ni tan buena, ni tan mala madre es aquella que decidió serlo. Cuando hay amor todo es posible, incluso el aprender a ser madre cuando las cosas no son color de rosa. Probablemente, cuando seamos abuelas sabremos lo que es ser madres y nuestras hijas sabrán lo que es ser hijas cuando se conviertan en madres; solo es cuestión de tiempo, ¿no creen? (O)