Quizá, la expresión más fidedigna del principio del apoyo mutuo que se alza contra la lógica neoliberal de los intercambios mediados por el objetivo de la ganancia, es el favor. Una petición cotidiana, simple o compleja, que apela a consideraciones de carácter plenamente humano: necesidad, confianza, reciprocidad. Qué sería de la estructura sociocultural, del Estado, de las empresas, sin la figura del favor. Y las razones de fondo están expuestas en el carácter social del ser humano. No existe, es imposible suponer la existencia de un solo ser humano que no provenga de la comunidad. Nadie nace solo. El favor es un deber natural entre similares, es un despliegue benigno de una generosidad que se intuye necesaria para sostener el buen vivir. Al mismo tiempo, el favor es un acto absolutamente autónomo y voluntario. Es imposible obligar a alguien a realizar un favor. Pero el favor también concentra una dignidad esencial. Las súplicas y ruegos son contrarios al favor, porque inferiorizar a alguien para concederle el acceso al favor, automáticamente le torna incapaz de una potencial devolución, y esto es contrario a la ayuda mutua. El favor también es una ruptura con el orden natural. Se puede pasar por la vida sin ayudar a nadie. Pero si acaso se atiende una sola petición con esmero, se cambia la historia de explotación de unos sobre otros. Y ¿no es este saber elemental, la clave de la buena ciudadanía y de toda convivencia civilizada? Y también da asco que el deber, la obligación, sea convertida en un favor. Por ejemplo, cuando un político promociona una obra que por deber y obligación debe cumplir, como si hiciera un favor al pueblo. El favor es el corazón de la organización libre, elimina las jerarquías impuestas y basa su acción en la razón. (O)
@endara_