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A pocas horas del silencio electoral, poco ha sido el debate en torno a la conformación de la próxima Asamblea Nacional, la trinchera donde se cuecen las buenas y las malas intenciones.
Obtener la mayor cantidad de asambleístas es la aspiración de todos los partidos y movimientos, ni se diga de los presidenciables con reales posibilidades de ganar.
Con aquel fin, muchos juegan a “doble banda”. Sus movimientos “satélites” tienen sus candidatos propios, al menos en apariencia. Si ganan, se suman a los suyos. Así de sencillo.
Quienes, aunque no lo reconozcan, no tienen esa chance, también aspiran a tener representación legislativa, sea para ser parte de la mayoría a favor del gobernante o de la oposición, incluso para encasillarse en ese siempre truculento rol de independientes.
Si el nuevo mandatario no obtiene un buen número de legisladores, más su estrategia para sumar a los elegidos por otras tiendas políticas distintas a la suya, la gobernanza, una vez, podría tambalear, y, por las experiencias vividas, ya se conocen sus consecuencias.
He allí otra responsabilidad ciudadana. Por lo general, los candidatos a la presidencia con mayor probabilidad de pasar a segunda vuelta, o de ganar en primera, suelen “arrastrar” a los postulados por sus respectivos partidos y movimientos.
El electorado sabe cuánto pesa la Asamblea sea para bien, sea para mal. Tener a casi 90 legisladores actuales en pos de la reelección permite atisbar cómo será el proceder del nuevo Legislativo.
Un gobernante debe contar con una oposición democrática y a ser fiscalizado con tenacidad pero sin vendettas.
Tampoco le sirve una mayoría abyecta; peor conseguirla a cambio de favores o feriando el mando de algunas empresas estatales. Transparencia ante todo.
Si persiste la misma lucha de tronos entre Ejecutivo y Legislativo el país seguirá empantanado.
Los electores tienen claro el panorama. Su decisión será fundamental.