La autoridad se asienta en estructuras formales y cargos normativos. Está intrínsecamente ligada a la legalidad y la jerarquía, estableciendo un marco que, si bien puede ser necesario para el orden social, a menudo carece de la sustancia emocional que moviliza el verdadero compromiso de los ciudadanos. De otro lado, el liderazgo trasciende lo formal, se nutre de la influencia personal, el carisma auténtico y la capacidad de inspirar a otros. El liderazgo florece en un terreno donde la motivación, la confianza y una visión compartida crean un sentido de pertenencia y propósito colectivo.
Mientras la autoridad puede ejercer control, el liderazgo busca provocar un cambio significativo y positivo que resuene en el espíritu de las personas. Es notable que no todos los que ostentan una posición de autoridad logran desempeñarse efectivamente como líderes. La reciente historia política de nuestro país ha demostrado que muchos han decepcionado al dirigir instituciones de elección popular, a nivel nacional y provincial. En ocasiones, aquellos que fueron elegidos para servir a la comunidad han adoptado comportamientos cada vez más cercanos al autoritarismo.
A medida que se disipa la euforia que acompañó al proceso electoral, se vuelve apremiante asumir una postura de sensatez y reflexión. Las actitudes arrogantes y despectivas que un dúo de gobernantes de acá ha exhibido, son una ofensa a la dignidad de un pueblo que ha luchado por ser reconocido como un baluarte del civismo, honrando su apodo de «Atenas del Ecuador” precisamente por su rica tradición cultural y cuna de hombres ilustres.
En este contexto, relievo los pronunciamientos de Miriam Arévalo, Presidenta de la Asociación de Artistas Profesionales del Azuay, y Fernando Vargas, un destacado artista y promotor cultural. Ambos han tomado la valiente decisión de alzar sus voces en contra de actitudes miserables que deslegitiman el debate político y la cultura, al valerse de un grupo mugriento de voces destempladas para putear a los rivales de su caudillo. El compromiso con la ética y el respeto es un faro que debería guiar a estas dos autoridades.
Las próximas autoridades que se escojan deben ser líderes, que tengan la sabiduría de reconocer la responsabilidad que implica gobernar y busquen recuperar la dignidad y el respeto que nuestra ciudad y provincia merecen, retomando liderazgos que sí se los tuvo. Es vital que la próxima generación de gobernantes actúe con integridad, construyendo un vínculo genuino con el pueblo, y que, a través de su ejemplo, restauren la fe de los ciudadanos en un futuro más brillante y justo. (O)