Recuerden amigos la frase “Primero Dios, después vos”, que, aunque no pertenece a una obra literaria ni a un texto religioso canónico, es una expresión profundamente arraigada en la cultura latinoamericana. Resume una visión del mundo en la que Dios ocupa el lugar supremo, en el corazón, en las decisiones y en los valores de quien la pronuncia. Pero tras Dios viene el otro, el ser humano, el prójimo, como parte esencial en esa escala de prioridades. Es decir: “Después de Dios, tú eres lo más importante para mí”.
Hoy, lamentablemente, esa jerarquía ha sido desplazada. Ya no se pone primero a Dios, ni al prójimo, ni siquiera a uno mismo. Se ha elevado por encima de todo al dios Dinero, al capital, a la acumulación de bienes. Esta inversión de valores lleva a muchas personas a traicionar sus ideales, dañar a otros o actuar con deshonestidad. Quienes adoptan como filosofía de vida «hacer fortuna a cualquier costo» suelen caer en un vacío moral profundo, que impide alcanzar un sentido de vida auténtico y una realización personal duradera.
En lo que respecta al arte, antaño se concebía como una vocación pura, una forma de expresar la belleza, la verdad, la crítica o el alma misma de la humanidad. Se hablaba del “arte por el arte”, una idea que sostiene que el valor del arte reside en su esencia, no en su rentabilidad. Incluso escritores como Pablo Palacio advertían que el arte debía mantenerse al margen de las ideologías y del poder, evitando instrumentalizarlo para fines políticos o comerciales.
Del mismo modo, el deporte era antes un símbolo de esfuerzo, disciplina, superación personal y juego limpio. Hoy, en cambio, se ha convertido en un gran negocio. Los dirigentes y las empresas han hecho del deporte un campo de especulación y explotación. Los jugadores son tratados como mercancía, vendidos a precios exorbitantes, sin importar su origen, cultura o historia. El fútbol, en particular, ha sido invadido por el dinero y la corrupción.
No se trata de negar que el trabajo debe ser justamente remunerado, ni de idealizar un pasado donde los artistas y deportistas vivían de mecenas. Pero otra cosa muy distinta es permitir que el afán de lucro se imponga sobre la pasión, la vocación y la ética. Cuando el dinero deja de ser un medio para vivir con dignidad y se convierte en el único fin, el trabajo pierde su valor moral, el arte su inspiración y el deporte su esencia. (O)