Por Javier Herrán Gómez
Un 12 de abril atípico, en casa; pero no por ello sin Fiestas de Cuenca y no de aquellas virtuales sino de las reales. Sí, este 12 de abril, Cuenca es tu casa, tu ciudad, tu familia. El Parque Calderón es la sala; allí donde se habla, se escucha y te despides de los que amas. Entonces, el asunto está no tanto en salir para ir a celebraciones habituales, que este año no se realizarán, sino en permanecer en casa y organizar la fiesta.
Fiesta es celebración, es compartir, es alegría. Hoy, el desafío es que esta Fiesta de Cuenca no se paga, más bien se organiza y se inventa. No es una reunión familiar más, no; es una celebrada en familia. Por lo tanto, el apellido de quienes la festejan no es González, ni Ordóñez, sino Cuencano o Cuencana, como está escrito, con mayúscula.
No está de más que identifiquemos el perfil de ese gentilicio. Autores como Juan Cordero Íñiguez ya lo han hecho. Su libro “Signos de la identidad cuencana” es una joya que debería correr de mano en mano para rescatar valores y asegurar la convivencia ciudadana. Pero, más allá de cómo nos ven los investigadores, es importante cómo nos vemos nosotros. Y esa es la mejor celebración de este 12 de abril, mirándonos, no al pasado sino al mañana.
Generalmente, las efemérides ciudadanas se celebran en torno a personajes y actos considerados fundacionales o de logros de autonomía política, a los que se suelen llamar de libertad. No están mal, pero no funcionan fuera del ámbito público y, este 12 de abril, es todo menos público. La creatividad cuenca estará presente en el trabajo familiar para construir el perfil cuencano hecho con el aporte de los miembros de la casa; es el discurso de orden al que estamos acostumbrados en estas fiestas, ahora logrado con la participación de todos los que comparten el pequeño espacio de la casa.
Tal vez parezca que esta fiesta comienza con mucha seriedad y con sentimientos de contrición y arrepentimiento porque no somos lo buenos que deberíamos ser. Nada que ver, es fiesta y celebración. El humor es el mejor pincel para esbozar el perfil y, en este caso, para lograr la identidad del cuencano que llevamos dentro.
La propuesta habla sobre la identidad y forma de ser de esta tierra, al margen de la crispación y el desaliento. Las costumbres y tradiciones que encontraremos en la construcción de este perfil nos darán la fortaleza y resiliencia, las que ahora se viven diariamente en familia y esto nos llevará a la celebración del 12 de abril como la fiesta de hombres y mujeres capaces de construir día a día una mejor convivencia. Esa es la gran ciudad de la que habla Andrade Polo.
Si a esta celebración de la “cuencanidad” le añadimos cantos, música y buenos cachos, habremos completado el sabor de nuestros barrios que hoy corren el riesgo de perderse en el urbanismo y la homogeneización.
POR ESO TE QUIERO CUENCA
Sí, la hemos entonado, en el mismo querer cantamos a la Cuenca fundada el 12 de abril de 1557 sobre las ruinas de la ciudad incaica de Tomebamba y de la ciudad cañari de Guapondelig y a la del siglo XXI, Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y le cantamos por su arquitectura, su diversidad cultural, su aporte a las artes, ciencias y letras ecuatorianas, por ser el lugar de nacimiento de muchos personajes ilustres de la sociedad ecuatoriana, por la educación, cultura y calidad de vida de su gente.
Es fácil decir “te quiero Cuenca” por tus ríos y riberas, lugares románticos para enamorados; por tu Parque Calderón, centro al que se asoman las catedrales de la ciudad como puertas abiertas al encuentro de los cuencanos con el Dios que aman. Te quiero por tus sombreros de paja toquilla, por las maravillas de tus orfebres, por Pumapungo que me lleva al pasado.
Te quiero Cuenca porque en las familias se conservan las viejas recetas como la del tamal, regalo al paladar envuelto en hojas de achira; o el buñuelo, artesanía de joyería culinaria, con dosis exacta de harina de maíz precocida con anís, a la que se añaden huevos y leche, batiendo a mano, hasta el agotamiento. Las porciones de masa cremosa se fríen y doran en manteca de cerdo y se sirven con miel. ¡Como para chuparse los dedos!
En Cuenca se puede decir sin temor a equivocarse: “dime qué festejas y te diré qué comes”. Por eso en esta Semana Sana cerramos el festín con la torta negra de Jueves Santo, una de las recetas más antiguas que, se supone, viene de la época de la Colonia, elaborada en base de harina de arroz, panela, mantequilla.
Cuando Carlos Ortiz Cobos escribió este tema musical describió a los cuencanos con una de sus frases que dice “Por sus longos bien parados, por sus cholas buenas mozas (…) por eso te quiero Cuenca”. No se equivocó al evocar el sentimiento popular que se expresa en cada uno de sus versos.
LA CALLE LARGA
¿Es posible un 12 de abril sin universitarios en la Calle Larga? En la época prehispánica se llamaba calle del Usno, luego de La Ronda y hoy toma el nombre Larga. Fue la arteria más larga de la urbe en la época colonial, hoy constituye la vía más corta de quince cuadras que une al mercado 10 de Agosto con las ruinas de Pumapungo.
Era la última calle de la periferia de la urbe y se la denominó calle de La Ronda. El nombre surgió debido a que, por esta arteria, se realizaban las rondas de seguridad. Fue la calle más extensa de la ciudad y el apelativo lo pusieron por la longitud de la vía en relación a la superficie de la urbe de aquel entonces, en la actualidad es la de menor longitud.
Como el resto de la ciudad, la Calle Larga está recubierta con adoquines en casi todo su recorrido, tiene una ligera pendiente y sus veredas permiten el tránsito peatonal. Este lugar fue escogido para asentamientos por cañaris, incas y españoles. La iglesia de Todos los Santos se impone con su arquitectura ante el río Tomebamba.
Es una zona con personalidad, marcada tanto por la identidad de sus bares y restaurantes como por los usuarios de los mismos. Es común escuchar a los jóvenes decir: “Nos gusta la Calle Larga porque es tranquila y hay locales con detalles chéveres. Aquí vemos negocios diferentes, con detalles distintivos”.
La llegada de nuevas culturas gastronómicas a la Calle Larga ha diversificado la cantidad y variedad de su oferta; colombianos, peruanos, árabes, españoles, pakistaníes, ofrecen una amplia gama de comidas y bebidas, cada una más novedosa que otra. Es común escucharlos decir: “desde que llegamos a esta Cuenca nos encantó la tranquilidad y hospitalidad de su gente”. En estos últimos fines de semana, la zona luce desierta, los estudiantes están en sus casas. Las universidades están vacías. ¿Por cuánto tiempo el coronavirus sacará de la Calle Larga el animado ambiente de ayer?
Sus atractivos están matizados por el estilo del universitario de Cuenca. Es cierto que es famosa la noche cuenca de la Calle Larga pero la diferencia con otros sitios de similar atractivo está en la alegría y tranquilidad de los universitarios. Con el compromiso y disciplina de todos regresará a sonar la música y a ofrecerse los piqueos para relajarse.
En este 12 de abril echamos de menos la intensa circulación vehicular nocturna, sus luces, música y un sinfín de sabores en sus ofertas culinarias, pero también los animosos grupos de jóvenes que discuten de política, derecho o de la última tecnología que han puesto en los laboratorios de su universidad. No hay competencia, hay participación.
LA CUARENTENA
Si al final de lo que se ha leído en este texto, el lector no se siente orgulloso de ser cuencano, seguramente es culpa del autor que no ha logrado ayudarle a descubrir en su casa, con su gente, en el fondo de su corazón, que el 12 de abril no es fiesta de la calle, sino de quien hace Cuenca: su gente.
El Covid-19 nos ha obligado a hacer otra lectura de nuestra fiesta, seguramente para mejor, como lo es la propuesta de la Corporación de Desarrollo Comunitario que nos invitan primero a aislar a los vulnerables y contagiados; luego sanar a los críticos y, enseguida, a trabajar.
Sabemos que el Covid-19 es altamente contagioso, pero moderadamente letal. Debemos continuar trabajando en la disminución de la posibilidad de contagiarse y contagiar. El despertar de ser cuencano se concreta en el hecho de compartir conocimientos y recursos para cubrir necesidades básicas y ganarle a la pandemia. El desafío está en retomar las actividades habituales bajo estrictos protocolos de seguridad y protección. Entre la pandemia y los efectos sociales por la depresión económica no se trata de elegir sino de ser capaces de responder positivamente a los dos.
Algo que debe quedarnos es que la certeza de que, sin cambiar nuestro talante y manteniendo nuestra alegría de vivir y el buen humor, somos capaces de superar la pandemia y celebrar nuevas Fiestas de Cuenca cantando con más fuerza y convicción del futuro a la Cuenca que queremos.
El impacto de la crisis actual causada por el coronavirus pone a prueba la “cuencanidad” y, luego de un ligero letargo, nos moviliza hacia el futuro con esperanza, para ejercer nuestra libertad imaginativa fuera de guiones predeterminados. La lucha es doble, derrotar al virus que nos condiciona, al miedo que nos indica rutas de replegarnos por supervivencia, pero también a enfrentarnos nosotros mismos para romper con lo conocido, a ser capaces de aprender a desaprender para comprender la complejidad de la acción que proviene de la auto – organización.
Nuevamente Cuenca se encuentra entre la utopía de Tomas Moro y el príncipe de Maquiavelo, entre la libertad y el status quo, entre la autogestión y la burocracia. Hay quien desde la ciencia dice que un virus no es considerable como ser vivo, es decir, ni siquiera podríamos decir que tenemos un enemigo en frente, es casi como una condición ambiental de altísimo riesgo; por primera vez el enemigo es nuestra propia forma de organización política – económica – social que resultó incompatible con la vida.
La utopía cuencana resurge hoy, no como un sueño idílico, sino como razón propia de la esperanza que radica en el encuentro con el otro, esperar de los otros y con los otros. Qué gusto escuchar que la utopía se hace tangible en tantas intenciones y acciones de cuencanos auto – organizados por la seguridad, o la producción de elementos de bioseguridad para hospitales elaborados por los universitarios, o las plataformas de inteligencia artificial para monitorear los contagios de virus, así como la solidaridad de los sectores públicos y privados con quienes menos tienen.
Es tiempo de elevar el estandarte de “seamos realistas: pidamos lo imposible” porque las circunstancias nos apremian y el sentirnos hermanos entre cuencanos nos premia.