Por Christian Sánchez
Una buena parte de la población está confinada como una medida para evitar la propagación del coronavirus. ¿Qué cambios considera usted que esto ha provocado en la ciudad?
El confinamiento, por las restricciones que ha significado para la libre movilidad de las personas, de los vehículos y la actividad económica y social de las personas, ha cambiado abruptamente el paisaje urbano y humano de la ciudad, especialmente de su centro histórico, que hoy luce prácticamente desolado. La poca gente que circula lo hace en condiciones inusuales, con mascarilla y distanciamiento, con cierta preocupación y temor. Además, sus habitantes, en general, tienen la sensación de ver disminuida su libertad, de que están siendo controlados y de que un potencial peligro de contagio del virus les acecha.
Casa adentro, los habitantes sienten el encierro, sobre todo en las horas del toque de queda, con una mezcla de resignación, impotencia y en, algunos casos, con tedio y ansiedad, lo que eventualmente podría manifestarse en ciertas sicopatologías. Ni el teletrabajo ni la educación virtual, serían suficientes para enfrentar la situación de extrañamiento social que inevitablemente provoca la situación de encierro; lo que afectaría sobre todo a personas que viven solas o en un ambiente familiar disfuncional, quizás el consuelo venga por el lado de que adentro se sienten “protegidos” de un eventual contagio.
El avance de la tecnología hace que a pesar del confinamiento la gente pueda estar conectada. ¿Es decir la tecnología es fundamental para la población?
La presencia de la tecnología digital actual permite ciertamente que la gente alivie su confinamiento, a través de la interrelación con otras personas de manera virtual, y ocupando su tiempo en aprovechar la tecnología para el trabajo, para el aprendizaje y para la distracción; sin embargo, esta forma de interrelación no supera los vacíos que deja la falta de un relacionamiento físico, o cara a cara con los otros, durante ya varias semanas; amén de que hay personas u hogares que no tienen a su disposición los medios tecnológicos o el servicio de internet para lograr, mediante la tecnología, resarcir el déficit de interacción social directa que ocurre durante estos días.
¿Cuando regresemos a las calles qué considera usted que cambiará en la sociedad?
El regreso a las calles estará marcado por formas de comportamiento social diferentes a las que hemos tenido; un cierto distanciamiento social pervivirá todavía durante un buen tiempo en ciertos espacios de la vida social; tiempo en el cual, además, muchas personas podrían extremar su cuidados y ver a las otras personas, especialmente a las que no conoce o “extraños”, con recelo y desconfianza, como potenciales portadores del virus; lo cual implicará un debilitamiento de las relaciones sociales, el recluirse en un mayor individualismo, en perjuicio de la solidaridad tan pregonada en los discursos de estos días.
¿Considera usted que las costumbres de las zonas de la sierra han hecho que por ejemplo en Azuay los contagios sean menos que en Guayaquil?
En la sierra ciertamente se viven patrones de comportamiento cultural que nos diferencian de aquellos que son típicos de la costa; pero, además, no se viven con tanta intensidad los problemas sociales, como el hacinamiento y la pobreza, que acompañan la vida de social de millones de personas en la costa. Este es el caso, por ejemplo, de la provincia del Guayas y sobre todo de la ciudad de Guayaquil que, a diferencia del Azuay y de Cuenca, tiene grandes suburbios y cientos de miles de personas que viven en la informalidad, y en la angustia de cómo sobrevivir cada día, lo que hace que el ordenamiento, la disciplina y el control social, que conlleva un estado de emergencia sanitaria, se hayan visto desbordados; y, por esto mismo, su nivel de contagio haya mayor.
¿En estos días se ha notado un incremento en el regionalismo sobre todo con los habitantes del Guayas, usted cree que esto continuará luego de que pase esta pandemia?
Lamentablemente un buen sector de la población no entiende la realidad social de la provincia del Guayas, y específicamente los problemas estructurales de superpoblación, desigualdad y pobreza que sufren la mayoría de sus habitantes; y, al no entender que esto es lo que ha generado un nivel tan alto de contagio del coronavirus, se ha producido un prejuicio regionalista contra sus habitantes; un prejuicio que puede llevar a la discriminación, e incluso a formas de violencia, contra los habitantes de esa provincia que quieran ir a otras lugares del país. Con esto nuevamente, la solidaridad y la unidad que tanto se invoca en el discurso, quedan desplazadas por el interés propio y el regionalismo.