OPINIÓN|
Imaginemos una isla, poblada por mil hombres y una mujer, ¿cuántos nacimientos por año podríamos tener?, ¿Cuál es la probabilidad de supervivencia de la especie en éstas condiciones?, ahora imaginemos la misma isla, pero esta vez poblada por mil mujeres y un hombre y, hagámonos las mismas preguntas.
En un momento primo de la organización social, en la transición del nómada al recolector, los roles se construyen en función de un objetivo base: garantizar la supervivencia de la especie. Alrededor de los roles se cimientan ideas, usos, costumbres, prácticas y símbolos que van dando forma a modos de acción y relación; formas de identidad y pertenencia, en suma, se constituye así la plataforma de relaciones sociales, productivas y políticas que configuran una cultura y sus estructuras de poder.
El género como categoría social se corresponde con un constructo histórico y cultural sistémico que legitima las asimetrías y distorsiones que no son ajenas a las dinámicas que sustentan nuestras modernas sociedades, basadas en paradigmas que privilegian las perspectivas de la economía sobre el humanismo y la ecología.
Establecer estrategias, normativas e instituciones para fomentar el desarrollo de capacidades y ejercicio amplio de derechos en un ambiente de seguridad y equidad, son estrategias válidas, pero no suficientes.
Gabriela es un grito que se pierde en la noche de la violencia, en el enjambre de una protesta que demanda justicia hoy y la demandará mañana; pero Gabriela podría ser el estandarte de un grito que se proyecte hacia la transformación consciente por una sociedad diferente.
Transformar las relaciones de género demanda transformar la cultura de las relaciones asimétricas de poder de la ecuación que sustenta el ciclo evolutivo de nuestra arquitectura social, por nuevas estructuras de cooperación, solidaridad y equidad humanistas y ecológicas. (O)