EDITORIAL|
Terminaron las vacaciones, extrañas en muchos aspectos a causa del estado de excepción, al igual que sigue siendo el inicio de los cursos. Volver a clases era la práctica usual por generaciones y los edificios de los centros educativos concluían su forzado silencio y resucitaban con el bullicio infantil o juvenil. Ahora, en el mejor de los casos, ocurriría en casos excepcionales y continuaría el proceso informático de los últimos meses. Con optimismo cuestionable se podría afirmar que se trata de un paso adelante en el proceso hacia la inteligencia artificial, pero no puede evitarse la pregunta de si en nuestro país existente en términos generales las condiciones para el funcionamiento eficiente en esta nueva modalidad.
En las últimas décadas la informática se ha generalizado. El elevado número de teléfonos celulares en nuestro país subdesarrollado es un claro testimonio. En este caso, se revolucionó la intercomunicación telefónica, sobre todo en el sector rural, al no depender de las centrales telefónicas generalizadas en las ciudades. Se ha ampliado el uso de computadoras, con distintos nombres, que antes eran manejados tan solo por pocos “sabios”. Pero no se puede afirmar que ha llegado a todos los rincones del país y que toda la población tenga preparación suficiente para un complejo proceso educacional.
En el supuesto de que este cambio se prolongaría por largo tiempo, vale la pena hacer algunas reflexiones. Muy importante en la educación es, además de asistir a clases, la intercomunicación con amplio número de personas que concurren con el mismo propósito. La condición de compañeros, con frecuencia, se mantiene como vínculo afectivo por largo tiempo luego de terminados los estudios. Excepcionalmente se ha recurrido al sistema no presencial mediante las escuelas radiofónicas que tuvieron importancia en los procesos de alfabetización. La educación a distancias también funciona, pero, sin negar su validez, carece del compañerismo que juega un importante papel en el proceso educativo integral.