De manera especial en el pasado, era casi imposible pensar en la Navidad sin los nacimientos. El nacimiento de Cristo en un pesebre de Belén se reproducía con figuras y elementos naturales, a veces con la visión evangélica de los tiempos, a veces con elementos propios del espacio cultural en el que se elaboraban. En los templos tenían notable magnitud, pero también en un importante número de hogares se los elaboraba recurriendo a las plantas de la cercanía. En esta tarea familiar participaban todos como uno de los símbolos de unión y amor propios de esta festividad. Mantener la identidad implica respetar las tradiciones y practicarlas en las ocasiones correspondientes considerando los aspectos materiales y afectivos.
Por cuanto la Navidad es una celebración del mundo cristiano universal, se han incorporada a nuestro medio elementos provenientes de otras áreas culturales Como Papá Noel y el árbol de Navidad. El primero, el viejito generoso de vestido rojo y barba blanca que regala juguetes a los niños, procede de San Nicolás en la edad media célebre por su apoyo a los más necesitados y por haber dado toda su fortuna a los pobres. El árbol está vinculado al invierno en el que desaparece el verdor de todas las plantas, excepto unos pocos árboles, lo que significa esperanza y permanencia. Al no haber en nuestro país nieve ni estaciones, su culto es poco comprensible.
Bien está que estos componentes se hayan incorporado y que no cabe oponerse, pero creemos que los nacimientos tienen especial importancia porque se los ha elaborado desde hace siglos como un componente de nuestra identidad. Es normal la apertura hacia otras manifestaciones culturales, pero no que su incorporación desplace o reste importancia a nuestra tradición. Todos estos símbolos tienen en común el amor, el desprendimiento y la esperanza, es esencial al espíritu navideño, fiesta en que diferencias y rencores pasan a un según do plano gracias al amor que todo lo une, una de cuyas expresiones, en el sentido auténtico es el regalo.