La incertidumbre sobre el COVID-19 tiende a aliviarse, no tanto porque se han dado algunos pasos para para conocer sus dañinas peculiaridades, sino porque existen ya algunas vacunas de varios países para frenar su avance. Es explicable que haya dudas sobre su real eficiencia y sobre cuál de las que se ofrecen tienen mejores condiciones, acompañada a veces del pesimismo sobre su real validez. Las vacunas aparecieron en el siglo XIX para combatir la viruela y se ha logrado que esta enfermedad casi desaparezca luego de muchos años de su uso. En el caso del COVID-19 se parte de cero por la repentina aparición de esta enfermedad.
Se anuncia que en este mes se iniciará la aplicación global de esta vacuna en nuestro país, lo que da lugar a plantearse su operativo para administrarla en los primeros tiempos, antes de que su uso se masifique. ¿Quiénes deben ser los primeros que la reciban? ¿Cuál el criterio para seleccionarlos? Hay algunos aspectos claros, como que se trata de una enfermedad que ha tenido mayor incidencia en los centros urbanos, lo que evidencia que en las ciudades debe iniciarse; se anuncia que los primeros en recibirlas serán los del área de salud por estar más expuestos al contagio y los que, considerando su edad, son vulnerables. Son criterios aceptables y hay que esperar cómo se manejan.
Las características de estas vacunas requieren, en algunos casos, condiciones especiales para su mantenimiento y administración. Alguna de ellas necesita, muy baja temperatura, lo que implica que las entidades a cargo de esta operación cuenten con la infraestructura adecuada. Sin la intensidad de la competencia negativa que se ha gestado en la industria farmacéutica, la escogencia de las ofertas requiere frialdad pensando ante todo en el gran público. Se nota algún afán de los países que ofrecen para mostrar que las suyas son las mejores. Las condiciones expuestas nos llevan a abstenernos de pronunciarnos por criterios. Con optimismo creemos que el operativo será exitoso.