Desde la restauración democrática 42 años atrás, varias elecciones afrontaron denuncias de fraude, provenientes de los perdedores. Al comienzo Sixto Durán Ballén lo hizo contra Jaime Roldós que le ganó en la contienda. Después Rodrigo Borja prefirió resignarse al perder contra León Febres Cordero, así como Jaime Nebot frente a Sixto Durán y Abdalá Bucaram, que le vencieron sucesivamente.
La teoría del fraude resurge con Alvaro Noboa cuando Jamil Mahuad se impone en el balotaje. Desde entonces el magnate bananero cuestionó todos los procesos en los cuales compitió hacia Carondelet.
Para la tercera presidencia consecutiva de Rafael Correa, su contrincante Guillermo Lasso se consideró perjudicado, mientras la pérdida luego frente a Lenin Moreno calificó como “descarado fraude”. En los últimos comicios generales el candidato por Pachakútik, Yaku Pérez hace lo imposible para abortar el proceso, incluyendo demandas ante la Contraloría y Fiscalía, rechazadas por el CNE pues no presentó pruebas y atenta contra el código de la democracia.
He aquí un fenómeno nada exclusivo de Ecuador, porque se repite en países latinoamericanos y otros del tercer mundo, llamados despectivamente por el exmandatario estadounidense, George W. Bush, “banana republic”. Paradójicamente la potencia norteña también está viviendo el problema, tras la competencia electoral entre Donald Trump y Goe Biden, al punto de crear una “situación extremadamente explosiva”.
Volviendo a Ecuador, los dos elegidos para el balotaje, Andrés Arauz (UNES) y Guillermo Lasso (CREO-PSC) con sus equipos de trabajo, iniciaron ya contactos con otras tiendas políticas, a fin de buscar alianzas que incluirán las funciones Ejecutiva y Legislativa. Ojalá no sean exclusivamente coyunturales sino tengan alguna base ideológico-programática. (O)