El 11 de marzo de 2020, con más de 43 mil casos confirmados en cerca de 25 países, la Organización Mundial de la Salud califica, oficialmente, a la Covid-19 como pandemia y recomienda una serie de medidas para procurar frenar su avance.
La pandemia ha sido la plataforma de desarrollo de la nueva normalidad durante el último año, hoy, con cerca de 120 millones de contagios y más de 2.6 millones de muertes, en todo el mundo, pasamos del confinamiento al distanciamiento, el uso de la mascarilla y el lavado constante de las manos, construimos una nueva cultura de relaciones que demanda resiliencia y empatía.
Resiliencia, nuestra capacidad, individual y colectiva para entender el escenario, visualizar en prospectiva y definir, tanto la hoja de ruta, cuanto, los protocolos para alcanzar los objetivos; esa resiliencia que puso al mundo a correr para desarrollar una vacuna que disipe la niebla…
Esta resiliencia que, a un año de declara la emergencia mundial, nos presenta ya 301 registros de vacunas candidatas para prevenir la enfermedad, de ellas, diez ya en uso alrededor del mundo.
Por otro lado, la empatía, asumida como la capacidad emocional de conectar, entender, sentir y operar desde la perspectiva del otro, que se ejerce desde la actitud solidaria de avanzar juntos al final de la crisis.
Resiliencia sin empatía sería como, parafraseando a García Linera, acción sin poesía, en tanto que, empatía sin resiliencia equivale a poesía sin acción, únicamente el equilibrio entre las dos nos conduciría por un proceso humano de vacunación universal.
Resiliencia empática, solidaridad y pragmatismo, la vacunación, para ser efectiva, debe ser universal e incluyente, las economías más poderosas deben entender que un mundo interdependiente significa también un futuro compartido y, para ser efectiva, la vacunación debe ser plural e inclusiva en todas las latitudes del globo. (O)