Hay dos espacios que dan cuenta de lo que es el Chimborazo: el de afuera y el de adentro. Desde la parte exterior se ve su esplendor a través de sus 6243,47 metros sobre el nivel del mar. No importa desde dónde se lo mire, siempre y cuando las nubes que saben cubrirlo se retiren para que la luz ilumine su base y su cubierta blanca.
Su imponencia es tal, que en los días de verano o en las mañanas limpias en las que el cielo es todo azul, el volcán se deja ver desde Molleturo o Guayaquil, a pesar de que está ubicado a más de cien kilómetros de esos lugares.
El momento es único: una figura, a lo lejos, casi triangular, sobresale en el horizonte. Unos binoculares o un teleobjetivo permiten apreciar todavía más la ocasión de ser parte de un evento mágico.
De cerca no hay mayor variación: uno, en los pies del Chimborazo, lo sigue viendo como un objeto titánico que se alza, que está arriba, que continúa hacia las nubes. Lo único que cambia son sus alrededores: la naturaleza propia del páramo, el ulular del viento que parte la cara y la piel si no se está protegido.
Sin embargo, adentro es otro mundo. Al empezar a subir el volcán, al caminar por las faldas, se pisa la tierra café, rojiza, un tanto negra; de a poco se asoman las piedras que van creciendo a medida que aumenta la altura.
Como en toda montaña, el clima varía con brusquedad: en un ratito puede estar nublado, y en un ratito puede cambiar y dejar ver lo que hay más allá. Lo mismo sucede dentro del Chimborazo. Se despeja y se nubla y viceversa.
El taita muta en la altura. Desde afuera uno ve solo dos imágenes que contrastan: el color de las faldas y el color del nevado. Pero adentro, superados los 3.000 metros, el panorama es distinto: terreno pedregoso, ondulaciones geográficas, tierra helada, tierra congelada, animales que buscan en el piso algo para comer.
En los 4.800 metros, donde está el refugio Hermanos Carrel, o es piedra o es lodo o es nieve, o una mezcla de todo. Sin embargo, en los últimos años hay más piedra y lodo que agua congelada por el cambio climático que todavía en Ecuador no se lo considera como es debido.
Las personas que llegan hasta el primer refugio siempre tienen la esperanza de conocer el hielo, pero cada vez es más complicado. Ante la realidad, algunos se atreven a subir hasta el segundo refugio, que está sobre los 5.000 metros.
Pareciera que los 200 metros que hay que alcanzar para tener la oportunidad de agarrar la escarcha, la nieve, el hielo congelado es poco. Pareciera que el segundo refugio que tiene el nombre de quien se dice fue el primer hombre en alcanzar la cumbre, Edward Whymper, está allí nomás, como dicen en el campo.
Nada es cierto. Lo que parece que está cerca, está lejos, y no hay viceversa. No obstante, si se cubren esos 200 metros, y si se supera el soroche, la vista es bellísima. La blancura se extiende por un lado y por el otro, y si el clima es clemente se ve parte de la cima ovalada.
Desde afuera lo mencionado no existe. Por eso es que se dice que el Chimborazo tiene dos espacios que cambian radicalmente. Aunque podría haber un tercero: la cumbre. No obstante, de ella solo pueden hablar los que han tenido las fuerzas y el respeto al volcán insigne de Ecuador. (I)