Según Heidegger, «el hombre es un ser para la muerte». Desde que nace, «ya es bastante viejo para morir». Muy frecuentemente, la muerte viene con «mudos pasos», «con callados pies», como dice F. de Quevedo. Pero siempre llega enlutando, trastornando, angustiando.
El fallecimiento del amigo y colega Dr. José Vega Delgado me ha conmovido y apenado intensamente. En los últimos meses, tuvimos largas conversaciones telefónicas y un muy grato encuentro en mi hogar, con motivo de una nueva edición de sus numerosos libros, que me obsequió y entregó personalmente.
En abril de 2021, resalté en El Mercurio el talante metafísico de sus escritos y el gran nivel de su pensamiento. Aristóteles, que no utilizó la palabra «metafísica», otorgó a este saber un rango muy elevado, llamándolo «filosofía primera», «sophia» (sabiduría). Subrayé la trascendencia de su legado filosófico-cultural y su destacado papel en el quehacer filosófico del Ecuador. Su obra -digna de estudio y difusión- es una rica cantera de información y de opinión.
La labor de profesor-educador tiene un impacto singular en la sociedad, porque alimenta a los alumnos, imprimiendo en ellos indelebles huellas intelectuales y morales. José Vega labró una doble semilla: su extensa obra escrita y la promoción de valores superiores en sus estudiantes.
Generalmente, la filosofía es considerada una actividad teórica, abstracta. Aparentemente, ésta habría sido la visión de José Vega. Sin embargo, creo que la filosofía fue, para él, una forma de vida, no en sentido pragmático. Fue una elección vital en sentido existencial. Tal vez, él habría acogido esta definición de Epicuro, prescindiendo de su materialismo: «La filosofía es una actividad que, mediante discursos y razonamientos, tiende a procurarnos la vida feliz». O esta otra de Comte-Sponville: «La filosofía es pensar nuestra vida y vivir nuestro pensamiento». Pero, ¿podemos pensar la vida sin pensar la muerte, sin aprender a morir? Descansa en paz, amigo Pepe. Te echaremos de menos. (O)