En el mundo contemporáneo, la educación, que hace varios siglos era privilegio de una minoría, se ha transformado en un derecho de todos los ciudadanos y, en nuestro país y otros, en una obligación hasta cierto nivel. La infraestructura para este proceso es muy elevada, pero más que una carga para el sector público se considera una inversión, ya que la mejora en calidad de las personas y desarrollo de determinadas aptitudes, se convierte en una muy productiva fuente de riqueza global. La pandemia ha impactado en este servicio, ya que una de las medidas básicas para combatirlo es evitar las reuniones grupales mediante la reclusión.
Los avances tecnológicos en comunicación han permitido solucionar parcialmente este problema. Es posible recurrir a la educación virtual mediante la informática, sin necesidad de la presencia en las aulas. Además de posibilitar la continuación de la educación, ha permitido por este tiempo evaluar en forma real su calidad frente a la presencial. El resultado general, salvo excepciones, ha demostrado la superioridad de lo presencial y ha sido motivo de alivio en muchos aspectos el retorno a él. La intensificación del virus ha hecho que parcialmente se retorne a lo virtual generando confusión y decisiones parciales en diferentes ciudades del país.
Situaciones conflictivas como la que vivimos, tiene un beneficio: posibilita la reflexión, partiendo de hechos prácticos, lo que enriquece a todos. Sin creer que lo virtual es la solución definitiva, podemos reconocer que, con múltiples posibilidades, es una alternativa real y su forzada generalización ha hecho que una gran cantidad de personas mejoren su manejo. En la circunstancia que vivimos creemos que lo presencial es superior ya que posibilita la comunicación directa entre estudiantes y enriquece el desarrollo personal. Hay experiencia para recurrir a los dos sistemas recalcando las ventajas de cada uno.