Hacia una nueva educación estética y ética desde América Latina

Por: Cecilia Suárez Moreno / Fotografía: Creative Commons y Sitio web Adrián Balseca

La faz luminosa de esta época nos ofrece un ilimitado acceso a un conjunto innumerable de obras artísticas visuales, literarias, fílmicas, musicales, escénicas, etc. cuyos autores provienen de diversas latitudes, distintas épocas y culturas. Teóricamente, esta producción artística es cada vez más accesible, gracias a la expansión de la Internet y la cultura digital que caracterizan la globalización.

Por ejemplo, las salas de cine del mundo y en seguida más de una plataforma digital estrenaron casi simultáneamente la película “Parásitos”, dirigida por Bong Joon-ho, primera película surcoreana en obtener la Palma de Oro, en el Festival de Cannes (2019), cuatro premios Oscar, uno de ellos como la mejor película de habla no inglesa (2018), un premio BAFTA y otros reconocimientos mundiales de prestigio. Este filme nos permite una comprensión de los dramas que ocurren en sociedades extremadamente polarizadas como Corea del Sur y promueve interesantes ejercicios de comparación con las latinoamericanas.

En efecto, “Parásitos” pone ante los ojos del espectador la estructura social de Sur Corea, a través del acercamiento a la vida de dos familias, los Kim y los Park, ubicadas en los extremos de la escala económica. La película tiene un impecable tratamiento cinematográfico donde destacan el manejo de la paleta de colores y una banda sonora que intensifica las emociones del espectador; la selección de las locaciones en agudo contrapunto no es casual pues revela el simbolismo de la arquitectura y el interiorismo de lujo donde habitan los Park, una familia de clase alta, en contraste con la vida de los Kim, confinados a los semi sótanos inundables y pestilentes de los barrios marginales. Un montaje orgánico, poético y político, hace de esta película una obra cercana a las experiencias de las sociedades latinoamericanas, afectadas también por la concentración de la riqueza, el desempleo, escasas oportunidades para la educación de los hijos, pese a sus notorios talentos, mínimos ingresos, una supervivencia azarosa, etc. Mientras, en el otro extremo de la escala económica, la familia Park accede a un sin número de comodidades, esparcimientos, a través del disfrute de autos, choferes, viajes, campamentos, alimentos, bebidas, trajes, etc.

Otro caso ejemplar es la novela de Fernando Aramburu “Patria” (Tusquets, Barcelona, 2016), escrita en tono urgente y minucioso, llevada también al cine que se distribuye en plataformas digitales, pues pone ante el discernimiento de los públicos un mundo que nos convoca al análisis de la memoria histórica, cuando corre el riesgo de ser olvidada; un universo narrado por muchas voces nos conducen desde la literatura y el cine, hacia campos donde es inevitable tomar posición ante temas éticos y políticos. Ante nuestros ojos discurren dramas y tragedias de una España desgarrada por la dictadura franquista de cuarenta años; la aparición de la lucha armada impulsada por ETA; el papel de la iglesia y la familia en la modelación conservadora de los miembros de una sociedad, etc. Novela y filme juntos, cada desde sus especificidades artísticas, trascienden, sin descuidar su función poética, hasta interpelarnos con deliberaciones ético-políticas ante las que no es posible permanecer indiferente, mucho menos neutral; constantemente su autor invoca la memoria para propiciar debates sobre temas tan relevantes como la legitimidad de una dictadura y la lucha armada, la violencia, la devaluación de las instituciones del Estado, la separación de las familias por razones ideológico-políticas, etc.

Finalmente, un ejemplo más: la experiencia estética que propician las obras del destacado artista ecuatoriano Adrián Balseca (Quito, 1998) que, entre otros reconocimientos internacionales de gran prestigio, fue merecedor del premio París otorgado por la Bienal de Cuenca (2014). Nos referiremos en particular a su obra denominada “Grabador fantasma” (2018) que, por un lado, cuestiona el dominio del hombre sobre la naturaleza, acudiendo a conceptos creados por el pensador francés Bruno Latour (1947), en especial, el de “Antropoceno”, que nombra esta época en que la actividad humana se ha convertido en “una fuerza geológica mayor” que ha transformado por completo la faz del planeta, al punto de encontrarnos en una crisis climática global. Y, por otro lado, Balseca imprime un giro radical con esta obra, cuestionando actitudes eurocéntricas y coloniales que dominan la ciencia, el pensamiento y el arte, al deconstruir el uso de un gramófono que, en su tiempo,  sirvió para imponer una música desconocida a los pueblos colonizados, pero que hoy sirve para que las culturas del otro lado del océano, escuchen sonidos de la naturaleza y la vida silvestre que todavía sobreviven en la Amazonia, pese al inmenso grado de devastación al que ha sido sometida, y reclaman otras formas de lo humano entre sí y de sus relaciones con lo natural.  

Estos tres ejemplos pretenden mostrar la pluralidad y diversidad de la producción artística actual y su grado de difusión, incluso en plataformas y aplicaciones digitales cada vez más numerosas y de creciente calidad, aunque sus costos aún no permiten una justa distribución entre todas las personas. Si analizamos este amplísimo acceso cuantitativo al acervo cultural de la humanidad, diríamos que un estudiante promedio de esta época puede acceder a los saberes científicos, filosóficos y artísticos en mejores condiciones que un científico del Renacimiento.

Parásitos, Película de Bong Joon-hoministra de Educación.

Sin embargo, esta creciente accesibilidad, incrementada exponencialmente por las herramientas de la cultura digital, contrasta con una débil educación estética y la ausencia de sustentos apreciativos y deliberativos que sean constantemente promovidos por un sistema educativo con políticas de Estado, sólidas y orgánicas, destinadas a ofrecer a sus ciudadanos una educación para la vida.  

Este es el lado oscuro de la época: las asignaturas vinculadas con las humanidades y las artes son cada vez menos importantes en el currículo educativo y en las políticas del Estado neoliberal, aunque la filósofa estadounidense Martha Nussbaum (1947) insista más de una vez que “el ingrediente más importante para la salud de la democracia es la educación de la ciudadanía, una educación con un fuerte contenido humanístico (2012). 

De modo que, si queremos encontrar la punta del ovillo de este tema, hemos de citar nuevamente a Nussbaum quien afirma que “El punto de partida es que la tarea fundamental del gobierno consiste en poner a la disposición de los miembros de la comunidad política los recursos y condiciones necesarias para «hacer a la gente capaz de vivir bien» (1988). Sin duda alguna, una educación de calidad es uno de estos “bienes primarios” porque permite construir sociedades democráticas, es decir, comunidades con acceso igualitario a una vida de calidad para todos sus miembros.

Las ciudades y los países, las instituciones privadas y públicas, requieren de profesionales  técnicamente bien formadas en áreas especializadas; sin embargo, no es suficiente el dominio de un campo del saber, cualquiera que este sea, si no está acompañado de una educación estética y ética que se impartan a lo largo de todo el proceso educativo porque, juntas,  pueden dar forma a la sensibilidad, la imaginación  y la capacidad emotiva de los seres humanos con suficientes bases para discernir, acceso que solo se puede obtenerse mediante un trato constante con obras artísticas, acontecimientos y experiencias estéticas que nos permitan “modelaciones ejemplares” y “deliberaciones morales” (Mejía, 2019). 

La importancia de las emociones es fundamental en la educación de una persona, pues en su seno se deciden, a veces irreflexivamente, acciones buenas y malas que, a su vez, dependen de juicios morales que los individuos hacemos constantemente, a lo largo de la vida, cuando tenemos que tomar decisiones ya sean triviales, importantes o incluso trascendentes.

Sin embargo, un examen de los contenidos de la educación estética y la educación ética, revela que estamos muy lejos de promover apreciaciones que motiven modelaciones ejemplares y deliberaciones morales. Estos vacíos curriculares provienen de un paradigma educativo positivista, eficientista, ni siquiera funcional al modelo hegemónico, que supuestamente evalúa cantidades imaginarias, antes que valores (justicia, democracia, probidad, respeto, etc., etc.).

Patria, serie basada en la novela de Fernando Aramburu

¿Qué puede hacer un maestro ecuatoriano en estas circunstancias desoladoras de incertidumbres pandémicas y crisis civilizatoria, de dramas individuales y tragedias colectivas? ¿En una sociedad que privilegia la ganancia fácil e incluso el dinero mal habido? Pues, mucho, si es que existe un compromiso con la vida. Sus decisiones y orientaciones a la hora de educar estética y éticamente a niños y niñas, adolescentes y jóvenes, pueden y deben estar orientadas a promover y practicar otras formas de apreciación de las obras de arte, radicalmente diferentes de las viejas.  

En la nueva realidad del mundo y la cultura devastados por la pandemia del Covid 19, es urgente promover otras entradas valorativas a las novelas, los cuentos, las películas, la música, las animaciones, el video, la danza y el teatro,  que eduquen integralmente mediante análisis estéticos, debates y reflexiones éticos, sobre la memoria y el olvido; lo justo y su contrario; lo democrático y su antítesis; lo bueno y su opuesto; lo legítimo y su oponente, etc. etc.; en suma, una educación que informe y forme que, con imaginación y amabilidad, invite al terreno de la apreciación estética  y a las deliberaciones morales, tan necesarias en esta época de profunda crisis ética y política.

Pie de fotos:

Imagen 1: Parásitos, Película de Bong Joon-ho

Imagen 2: Patria, serie basada en la novela de Fernando Aramburu

Imagen 3: Grabador fantasma, Adrián Balseca

REM

REDACCION EL MERCURIO

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