Y las fotos de perfil en fondo blanco, con el pulgar arriba y la sonrisa de anuncio de crema dental, entre encuestas, sondeos de opinión y una lluvia especulativa con más candidatos que alternativas reales, no enfrenta, nuevamente, con la vieja estructura de poder dominante.
El género como estrategia de poder se basa en una serie de imaginarios históricos que juegan a suerte dialéctica, y provocan su propia supraestructura en el imaginario colectivo para consolidar su infraestructura de reproducción, a partir del paradigma dominante.
Así, más allá de la norma y la institución, si el paradigma que asienta el constructo cultural no cambia, el resultado será siendo, por lejos, el mismo; una norma electoral que condicione la construcción alternada de aspirantes al cargo electo, claro que es necesaria, pero claramente insuficiente.
Si no trabajamos en la deconstrucción de la simbología del poder, si no trabajamos en el imaginario, si no superamos la patrialcal definición de roles en el ejercicio ciudadano, si no volcamos la mirada sobre la cultura como campo de transformación del hábito en la construcción del nuevo habitus como forma de relación política no habrá norma o institución suficiente en sí misma.
Los procesos sociales y movimientos de mujeres han provocado las transformaciones que permiten la deconstrucción de este imaginario y condicionan una plataforma alternativa que, desde lo procedimental y normativo, permitiría posicionar una nueva supraestructura de relaciones políticas de género más plurales, incluyentes y equitativas.
Situar el debate de la equidad de género en la esfera de la lucha de las ideas, resignificando los contenidos, garantizando la progresividad de los derechos y, finalmente irradiando y redistribuyendo poder, es el reto que enfrentamos en la construcción asertiva del enfoque de género incluyente y solidario.