Rubén Darío a través de versos telúricos y vehementes exteriorizó: “(…) América ingenua que tiene sangre indígena,/ que aún reza a Jesucristo y aún habla en español./ (…) esa América/ que tiembla de huracanes y que vive de Amor,/ hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive./ Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol”. Arte poético divino que tiene sensación de trascendencia y está enmarcado de libertad, no exento de acechanzas externas.
Fue la época de afianzamiento identitario, sin el yugo de la metrópoli española, pero con el resurgimiento de otras preocupaciones que pusieron en peligro la cristalización de los nacientes Estados republicanos, en cuyo seno político y administrativo se asentó la ambición criolla. Identidades que regresaron la mirada al pasado precolombino, pero que aplaudieron fervientemente el influjo del romanticismo y de otras corrientes europeas. Nociones iniciales del ser americano, que, luego se tradujeron -como efecto pragmático- en el ser latinoamericano. Tiempo de revueltas, álgidas posiciones políticas y debate de ideas, ésta de fines del XVIII y todo el XIX. Temas alrededor de la educación, tipo de gobiernos, marco jurídico, derechos civiles, se entrecruzaron con la implementación democrática aún incipiente. Mestizaje configurado a partir de un hecho histórico que desembocó en el acumulado de determinados fenómenos culturales (como la transculturación), expuesto en el foro intelectual y convertido en grandeza heroica. Se reivindicó el legado ancestral, a la vez que se asumió la huella ibérica con signos latentes como la lengua y religión católica.
De la gloria épica hay remembranza de sucesos que marcaron el origen y evolución de los pueblos hispanoamericanos, como en el Ecuador la Batalla de Pichincha, el 24 de Mayo de 1822, comandada por Antonio José de Sucre con tropas nacionales y apoyados de venezolanos, argentinos, peruanos y chilenos, quienes triunfaron ante el ejército realista. Pálpito de bravura por la ansiada emancipación. Es el concepto de soberanía trasladado al campo bélico.
Nuestros pensadores -Olmedo, Heredia, Bello, Martí, Alberdi, Fernández de Lizardi, Echeverría- contribuyeron al ideario revolucionario para los cimientos democráticos en la etapa poscolonial. Entonces, la identidad se plasmó del papel a las calles y plazas. Y se dio sentido a la inquietud nacional. (O)