No todos los países celebran el Día Internacional del Niño en una misma fecha. Junto con otros países, Ecuador lo hace cada 1 de junio.
La Constitución ecuatoriana reconoce a niños y niñas como sujetos de derechos, entre ellos al de educación, de salud, de identidad, de no ser discriminados, de tener la prioridad. En fin, “a vivir en condiciones de bienestar y a un sano desarrollo integral”.
Según el Código de la Niñez y la Adolescencia, tienen derecho a vivir y desarrollarse en el seno de su familia biológica.
Pero, cuánto conocen niños y niñas sobre sus derechos; cuánto sus padres, los educadores; cuánto hace el Estado por permitirles gozar de ellos, incluso la misma sociedad entendida como conjunto de personas relacionadas entre sí.
La celebración no debería, ni siquiera como condescendencia, degenerar en consumismo; pues hay señales de querer promover regalos para los niños, y a ciertos padres caer en la tentación.
Escuelas y colegios, en los mismos hogares, en los centros donde, por varias razones, se albergan niños y niñas, deben, en este Día, hablar, concienciar, evaluar, conocer realidades, analizar contextos, interactuar, sobre tales derechos.
Si los niños no conocen los suyos, o lo saben a medias; peor si no hay el esfuerzo de los mayores por inculcarles, pero asumiendo compromisos y responsabilidades, poco o nada sirve la celebración.
Vale anotar: la celebración ocurre en tiempos difíciles para el país. Aún prima la desnutrición crónica infantil. Son latentes los peligros por el mal uso de la tecnología. Hay deserción escolar, secuelas terribles por la migración, por los abusos sexuales, por la orfandad tras los feminicidios, por la inseguridad, por el casi libre acceso a las drogas, por la destrucción medioambiental.
Hay mucho por hacer por la niñez. Seguimos en deuda; sobre todo el Estado, también como familia, como sociedad.