No existen estadísticas fiables, pero psicólogos congoleños consideran que en el este de la República Democrática del Congo (RDC) millones de personas cargan sobre sus hombros los traumas de más de dos décadas de guerras.
Sin embargo, pocas pueden recibir el tratamiento que necesitan, advierte a Efe el médico congoleño Daniel Baganda.
En los alrededores del centro psicosocial de Mutima («Corazón», en varios idiomas africanos), ubicado en el pueblo de Lwiro, el primero de este tipo en la provincia de Kivu del Sur, el doctor suspira al recordar el inmenso número de pacientes con síntomas de depresión, estrés postraumático o psicosis.
“Estamos en una zona donde ha habido muchas guerras. Es un escenario de estrés continuo, con muchos factores que a menudo conducen a la depresión u otros trastornos mentales”, dice Baganda a Efe.
Las palabras de Baganda contrastan con la belleza del entorno que le rodea: unos campos tranquilos, fértiles, llenos de niños y mujeres que pasan con vestidos de colores.
Pero este escenario bucólico también es el campo de batalla de más de un centenar de grupos rebeldes. Y sus combates están lejos de terminar. La escasez de oportunidades económicas para prosperar, la inseguridad o el descontento social siguen empujando a muchos congoleños a unirse a estas bandas armadas.
El centro psicosocial de Mutima empezó su andadura en 2020 con un grupo de mujeres de las localidades de Lwiro, Katana y Kavumu, y un hallazgo sombrío: los psicólogos enseguida descubrieron que casi todas ellas presentaban algún trastorno mental.
“Algunas de esas mujeres habían sido violadas delante de sus hijos, o habían violado a sus niños. Otras perdieron a sus maridos, que habían sido secuestrados por los rebeldes para obligarles a luchar desde los bosques. Esto se repitió durante un largo período de tiempo”, recuerda el psicólogo Donatien Bashagaluke.
“También había muchas personas adictas a las drogas o el alcohol, que se entregaron a estas sustancias porque no sabían qué hacer con sus vidas”, añade Bashagaluke.
Entonces, los trabajadores de Mutima decidieron que debían actuar con rapidez.
ENORMES NECESIDADES, Y OPCIONES ESCASAS
Las necesidades son enormes, insiste Baganda, pero las autoridades congoleñas han olvidado casi por completo la importancia de la salud mental.
Según este médico, el Estado sólo brinda servicios de salud mental en algunos hospitales importantes desde hace unos quince años. Y pocos centros privados tienen psicólogos o psiquiatras porque, como sus pacientes tienen un nivel adquisitivo tan bajo, solamente acuden allí cuando padecen enfermedades físicas graves.
Los expertos en salud mental encuentran tantas dificultades para encontrar trabajo, que los jóvenes eligen estudiar carreras distintas o se marchan a otros países.
Como resultado, en la provincia de Kivu del Sur únicamente existe un puñado de doctores que, como Baganda, están interesados en la salud mental y tienen el entrenamiento necesario para atender esos trastornos.
“¡Es un número insignificante, insignificante!”, deplora el médico.
Este contexto también ha abierto las puertas de par en par a todo tipo de creencias populares. En vez de recibir la atención de un profesional, lamenta Baganda, muchas personas son marginadas en sus comunidades porque las consideran locas, o les atan dentro de sus casas, donde les obligan a ingerir toda clase de brebajes.
LA SALUD MENTAL DE LOS QUE PROTEGEN LA SELVA
El centro psicosocial de Mutima ha trasladado sus terapias -sin abandonar el resto de sus programas- al cercano parque nacional de Kahuzi-Biéga, que también es Patrimonio de la Humanidad por su biodiversidad.
Muchos guardabosques de este inmenso espacio natural protegido, la última trinchera segura de animales en peligro crítico de extinción como los gorilas orientales de planicie, necesitan atención psicológica.
La voz de alarma la lanzó la ONG Coopera Congo en 2019, cuando cerca del 82 % de los guardabosques sufría trastornos mentales, a menudo relacionados con traumas o factores de estrés.
Su trabajo -proteger los últimos bosques vírgenes del corazón de África- no es nada sencillo. Algunos han presenciado el asesinato de compañeros o patrullan zonas remotas, peligrosas, en ocasiones controladas por grupos armados.
La psicóloga Lorena Aguirre, fundadora del centro de Mutima, señala que, si bien es cierto que “la salud mental es un problema en el mundo entero”, los “efectos” de una guerra como la que sacude la RDC son “devastadores en las personas”.
“El ser humano queda absolutamente destruido en su interior”, insiste Aguirre, una española que ha trabajado en el este de la RDC desde 2006.
“En muchísimas zonas, los civiles intentan sobrevivir como pueden, con muchas heridas que están por sanar, que no han sido vistas hasta ahora”, añade.
Desde su apertura, el centro de Mutima ha tratado a más de mil pacientes, pero esta psicóloga reconoce que aún queda mucho trabajo por hacer. EFE