El Ecuador del odio y la sinrazón

Aníbal Fernando Bonilla

En la recta final de las elecciones tuve algunas ideas para este espacio, que ahora expongo ya con los resultados a cuestas. Ante la implicancia de la jornada proselitista de cara a la Presidencia de la República, queda la sensación de cierta limitante en la cultura política de la gente. Con excepciones honrosas, la mayoría de la ciudadanía cayó en el insulto, en la apreciación ligera. En el engañoso recurso persuasivo de las redes. O, a su vez, en el marasmo y la apatía. Se antepuso la pasión desmedida o desbordada por determinada candidatura, con la sinrazón a secas. Los intereses corporativos marcados no contribuyeron en nada a discernir los ejes programáticos.

Frente a la carencia de análisis de los planes de trabajo, es de advertir la corresponsabilidad de los medios de comunicación -sobre todo de alcance nacional-, ajenos a su rol pedagógico que eleve la retórica fundamentada en torno a los grandes temas del país. Se preocuparon más por precautelar el contrato de la pauta y el sostenimiento relacional con el establishment. En su programación general no se dio la deliberación juiciosa sobre las propuestas de campaña.

A esto se suma que en el terreno de juego no hubo equidad, ni equilibrio. Con un Consejo Nacional Electoral timorato y obsecuente al poder de turno. Inadmisible que esta institución que debería garantizar similares condiciones de participación en los comicios se haya prestado a encubrir -con una interpretación ambigua de la norma- el flagrante atropello legal del candidato-presidente, quien fungió ambas instancias con la venia oficial. Pero, además haciendo uso de la maquinaria gubernamental, tal como se ha denunciado en varias provincias del país. Esta circunstancia deja en entredicho la condición del juez electoral, a todas luces de entera cercanía en su momento al ex banquero, y hoy al empresario-candidato-presidente.

Más allá de los escrutinios ya conocidos, en el Ecuador ronda una polarización distante de un verdadero debate ideológico, y muy propensa a la exacerbación del odio estéril. Y aunque se quiera esgrimir lo contrario, en la política hay que debatir posiciones ideológicas y no simpatías o antipatías personales. Lo que está por encima de todo es -y debe ser- el diagnóstico de la aplicación de los modelos de gobernanza existentes, mas no la fobia por un determinado liderazgo que para colmo nunca estuvo interviniendo como candidato, y del cual se habló (a favor y en contra) en todo el trayecto electoral. (O)

Lcdo. Aníbal Bonilla

Máster en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana. Máster en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de la Rioja. Licenciado en Comunicación Social. Autor de varios libros.

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