Cuando el amor trasciende a la ausencia

El 21 de abril experimenté lo amargo de una noticia para la cual nadie, mismo, está preparado. Mi Delia Alejandrina murió y, desde ese día, hay un vacío tan profundo que nada lo llena. En el velorio y en el entierro de mi abuelita, los amigos, la familia y los vecinos me abrazaron y emitieron palabras consoladoras. Sin ofender, las palabras salen sobrando, porque en el contacto físico se recibe esa fortaleza que hace falta para sostenerse en pie.

Es frío y aterrador visitar una tumba en la que hasta las flores van perdiendo su hermosura. Y es que el raciocinio entiende lo que el corazón se rehúsa a aceptar. Hace tanta falta ese abrazo, el sentir mis dedos deslizándose por esa cabellera color cenizo, y mirar una vez más esos ojitos tiernos. Su voz se ha apagado y nunca más volveré a escucharla.

Solo me quedan los recuerdos, lo vivido, lo disfrutado. Quizá me confié en que la iba a tener por mucho más tiempo y no fue así. Con 96 años, 10 meses y 15 días se nos adelantó al descanso eterno. Nos deja como regalo preciado ese concepto de familiaridad. Ella, con su magia en la cocina, sabía hacer de su hogar un lugar en el que propios y extraños querían estar. Entonces, imagino que a mi madre y a mis tías, tíos; su Mamá, en este día especial, les debe hacer tanta falta.

En mi corazón sobra el amor y la gratitud. A mi abuelita la cuidé porque me necesitaba, y ahora que ya no está, es necesario y justo cuidar de mi madre, aquella bella mujer que me dio la vida y que, con el paso del tiempo, va entrando en una edad de oro.

Feliz día a todas esas mujeres valiosas que, en sus vientres, albergaron una vida y que, gracias a sus cuidados, entrega y amor, estamos en donde estamos. Ahora, el reto es ser mejores que la abuela y la madre, dejando legados de amor y rompiendo cadenas. Porque ellas no se van: viven en lo que somos y en lo que elegimos ser. Bajo este sentimiento de pérdida que lacera el alma, hay que aprender y entender que la vida es efímera: hay que amar con hechos y no palabras; amarlos y cuidarlos es nuestra bendición. A honrarlos en vida, ya después nada mismo tiene sentido. (O)

Lcda. Karina López

Comunicadora Social y escritora. Autora de una novela corta y colaboradora en libros colectivos. Combina la creación literaria con el periodismo. Fue periodista en Grullamerluc.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba