La Asamblea Nacional del Ecuador tiene un rostro nuevo. Niels Olsen —empresario turístico, outsider del aparato legislativo, y ahora presidente del poder que debería representar a todos los ecuatorianos— asume el cargo con una promesa tan seductora como peligrosa: ser diferente. Pero en un país donde “Asamblea” es sinónimo de desprestigio —con un promedio histórico de aprobación ciudadana por debajo del 30 % (esto a pesar del incremento de 10 puntos durante este último período administrativo)— ser diferente no puede significar solo juventud, carisma o digitalización: debe significar institucionalidad, criterio y liderazgo político.
La historia reciente del Legislativo ecuatoriano está marcada por inestabilidad, escándalos de corrupción y baja productividad. Desde 2009, se han acumulado más de 1500 proyectos de ley, muchos sin discusión ni dictamen. En medio de ese deterioro institucional, Olsen llega con una mayoría política suficiente para dirigir la Asamblea, pero no necesariamente para sostenerla. Esa mayoría frágil deberá probar que puede gobernar con reglas, no con imposiciones. Y sobre todo, deberá diferenciarse de sus antecesores no por oposición automática al pasado, sino por una visión clara de futuro.
La clave estará en su agenda legislativa. No como un simple listado de leyes, sino como el instrumento político que defina su independencia frente al Ejecutivo, su eficiencia frente a la ciudadanía y su vocación de representación frente a la pluralidad del país. La literatura sobre presidencialismo en América Latina es clara: cuando los parlamentos se convierten en apéndices del Ejecutivo, desaparece el equilibrio entre funciones y se debilita la democracia. El reto de Olsen no es solo técnico, sino simbólico: liderar sin obedecer, construir sin anular.
Y sin embargo, su oportunidad es real. Olsen tiene una marca personal potente, experiencia ejecutiva y maneja un lenguaje que puede reconectar con sectores tradicionalmente ajenos a la política —en especial los jóvenes, que hoy ven al Legislativo como un lugar lejano y hostil—. Si quiere honrar su promesa de ser diferente, debe hacerlo desde la profundidad, no solo desde el TikTok. Que su diferencia se note en cómo escucha, cómo representa y cómo construye consensos. Ecuador no necesita una Asamblea obediente, sino una que vuelva a representar su nombre: nacional, plural y soberana.(O)
@avilanieto