Wittgenstein dijo que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo. Claro que a esta expresión habría que matizarla diciendo que con el lenguaje se puede hacer inteligible una parte del mundo. Pero la vida no se agota en el lenguaje. De ahí que la nueva filosofía vaya a explorar lo sensible y lo vital, más allá incluso del lenguaje, pero con el lenguaje. En este punto llegamos a lo que, tomando una expresión de Roberto Esposito, se define como la autoconfutación del propio fin, esto es, que la filosofía se realiza negándose a sí misma. Esto que parece una ley del pensamiento nos vuelve a remitir al proceso, antes que al fin. Entonces, el lenguaje es un proceso, que como dijo Nietzsche y luego Foucault, que está lleno de poder. Con el lenguaje ordenamos el mundo y construimos realidad, pero esa acción implica disputas y tensiones internas entorno a la constitución del sentido, así que el lenguaje también es un campo de batalla interno en el cual nosotros podemos formar parte, o no. El lenguaje no es neutral, y no solo significa algo objetivamente. También expresa intenciones y encarna sensaciones. Por supuesto que cuando calla, el lenguaje también expresa algo. Por eso la tesis de que quizá la ausencia de un discurso filosófico ecuatoriano o latinoamericano, se debe en parte a que es imposible una reflexión propia de los perdedores (de los colonizados), con el lenguaje de los ganadores (los colonizadores). (O)
