Alias Fito fue recapturado. O se entregó. O llamó por videollamada. O lo entregó Colombia. O no. La recaptura de uno de los criminales más peligrosos del país —que debió ser un hito comunicacional— terminó convertida en un ejercicio clásico de desinformación institucional: muchas versiones, cero precisión.
Versión uno: el presidente Noboa se colgó la medalla. Dijo que gracias a sus leyes de Inteligencia y Solidaridad, Fito cayó. Y que la extradición a EE. UU. está lista. Una joya narrativa, salvo porque tuvo poca repercusión.
Versión dos: las Fuerzas Armadas entraron con precisión quirúrgica, sin bajas, y sin mencionar ni leyes ni presidentes. Solo eficacia militar.
Versión tres: desde Colombia, Canal 1 afirma que Fito le pasó la ubicación al fiscal ecuatoriano y pactó su entrega. ¿La respuesta del Gobierno? Indignación.
Versión cuatro: el ministro de Seguridad desmiente todo. No hubo entrega, ni Colombia, ni pactos. Solo inteligencia ecuatoriana. Punto.
Pero, sorpresa: llega la versión cinco, ¡del mismo ministro! En una entrevista admite que sí hubo videollamada con Fito, que el narco pidió condiciones para entregarse. Eso sí, aclara: no se aceptó ninguna. Qué alivio.
Cinco versiones. Todas oficiales. Todas contradictorias. El resultado: una historia tan creíble como una novela de narcos mal escrita. La verdad parece haberse fugado junto con el sentido común. En lugar de reforzar la confianza ciudadana, el Gobierno hizo lo contrario: enterró cualquier atisbo de credibilidad bajo una avalancha de relatos improvisados. Y mientras tanto, el país sigue contando muertos: 518 homicidios solo en junio, cifra que supera la registrada en enero.
En comunicación política, lo que no se dice con claridad no vale. Y si además se dice mal cinco veces, la narrativa se convierte en parodia. Fito reapareció, sí. Pero más como símbolo del caos que como ejemplo de control estatal. Quizá esta fue la verdadera operación: desvirtualizar al contacto. Con tanto relato distinto, ya no sabemos quién capturó a quién. Y eso, para un gobierno que busca legitimarse, es más grave que la fuga original. (O)